Trafugarrio
Por: José
Oscar Fajardo
A raíz de los
sucesos luctuosos ocurridos en París, donde varios periodistas murieron en un
ataque a bala perpetrado por musulmanes fundamentalistas por hacer crítica
humorística con base en sus concepciones religiosas, me embalé a escribir este artículo. De mi parte les aclaro
que siempre he abominado las ortodoxias, sean del género que fueren: políticas,
deportivas, religiosas y demás. Y siempre le he tenido especial desconfianza a
esas personas que para todas sus acciones invocan a dios, o a la ética y la
moral. Pues por lo general son hipócritas a morir. Para la muestra tengo como
cien millones de botones. Por otra parte, siempre he sido enemigo de las burlas
sobre las creencias religiosas. Pero lo que sí no entiendo de ninguna manera y
bajo ningún punto de vista es, por qué una persona publica, dígase político,
actor, deportista, artista, escritor, reina y/o modelo, se ponen verracos a
reventar cuando se les ejerce una crítica, y sobre todo crítica humorística. Y
más aún un político. Si es que el político o gobernante constituye un personaje
público que tiene y debe estar pendiente y sujeto a las críticas que se le
ejercen porque por lo general son por su bien y el de sus gobernados. Que tal
un escritor que se enverraque porque le critican sus escritos. O una reina que
se embejuque porque, según una dama rosada, tiene el tafanario demasiado grande
y antiestético.
Otra cosa muy
diferente es la crítica “mala leche” que parte por lo general de rumores falsos
o de componendas de opositores o de enemigos. Ahí ya la cosa cambia sustancialmente
porque en ese caso, tal crítica se puede considerar una agresión personal
conocida como injuria o calumnia. Repito, eso ya es diferente, y el agredido o
la víctima de un chismoso profesional, está en toda la libertad de proceder
hasta donde se lo permita la ley, y hasta donde le lleguen los pantalones
porque “a nadie le gusta que lo jodan”. La sana crítica, fundamentada, es muy
necesaria para corregir errores o combatir la mediocridad, e incluso los
defectos de personalidad. Yo he conocido mandatarios municipales que se roban
una vaca por teléfono, y no obstante se “arrechan” con pistola en mano porque
se les hace un comentario o una caricatura periodística. Porque en Colombia un
pobre hombre toma un metro de tierra del Estado para meter sus diez hijos y dicen
que es delincuente. Pero un político de cuello blanco se roba una finca de
cinco mil hectáreas, y los jueces dicen
que es “delincora”.
Esto lo
aclaro porque ahora que viene la danza política y las elecciones de mitaca, es
cuando los periodistas que ejercemos opinión debemos estar lanza en ristre. Es
un deber ciudadano criticar positiva o negativamente a los políticos, a ver si
de pronto logramos que, a base de trasformaciones sociales y culturales,
Colombia no sea tanto “un país de cafres” y se logre “reducir la corrupción a sus justas
proporciones”. Suena cantinflesca la propuesta pero es una manera muy
conveniente y además eso hace parte del oficio de los periodistas. De lo
contrario, la política seguirá siendo uno de los negocios más rentables y
poderosos del orbe, máxime si se tiene en cuenta que en el mundo no mandan los intelectuales, los
científicos o los periodistas, sino los políticos así estén dotados con
coeficiente intelectual de dudosa calificación. En el mundo capitalista mandan los políticos con el
dinero de ellos mismos y el de los ricos. Por las mismas razones los políticos
deben, o debieran ser, individuos altamente preparados profesional e
intelectualmente. De otra manera, seguiremos inexorablemente hacia el
desvolcanadero.
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