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sábado, 21 de febrero de 2015

El Humor y la crítica

                                                        Trafugarrio
                                                         Por: José Oscar Fajardo
A raíz de los sucesos luctuosos ocurridos en París, donde varios periodistas murieron en un ataque a bala perpetrado por musulmanes fundamentalistas por hacer crítica humorística con base en sus concepciones religiosas, me embalé a  escribir este artículo. De mi parte les aclaro que siempre he abominado las ortodoxias, sean del género que fueren: políticas, deportivas, religiosas y demás. Y siempre le he tenido especial desconfianza a esas personas que para todas sus acciones invocan a dios, o a la ética y la moral. Pues por lo general son hipócritas a morir. Para la muestra tengo como cien millones de botones. Por otra parte, siempre he sido enemigo de las burlas sobre las creencias religiosas. Pero lo que sí no entiendo de ninguna manera y bajo ningún punto de vista es, por qué una persona publica, dígase político, actor, deportista, artista, escritor, reina y/o modelo, se ponen verracos a reventar cuando se les ejerce una crítica, y sobre todo crítica humorística. Y más aún un político. Si es que el político o gobernante constituye un personaje público que tiene y debe estar pendiente y sujeto a las críticas que se le ejercen porque por lo general son por su bien y el de sus gobernados. Que tal un escritor que se enverraque porque le critican sus escritos. O una reina que se embejuque porque, según una dama rosada, tiene el tafanario demasiado grande y antiestético.
Otra cosa muy diferente es la crítica “mala leche” que parte por lo general de rumores falsos o de componendas de opositores o de enemigos. Ahí ya la cosa cambia sustancialmente porque en ese caso, tal crítica se puede considerar una agresión personal conocida como injuria o calumnia. Repito, eso ya es diferente, y el agredido o la víctima de un chismoso profesional, está en toda la libertad de proceder hasta donde se lo permita la ley, y hasta donde le lleguen los pantalones porque “a nadie le gusta que lo jodan”. La sana crítica, fundamentada, es muy necesaria para corregir errores o combatir la mediocridad, e incluso los defectos de personalidad. Yo he conocido mandatarios municipales que se roban una vaca por teléfono, y no obstante se “arrechan” con pistola en mano porque se les hace un comentario o una caricatura periodística. Porque en Colombia un pobre hombre toma un metro de tierra del Estado para meter sus diez hijos y dicen que es delincuente. Pero un político de cuello blanco se roba una finca de cinco mil hectáreas, y los jueces  dicen que es “delincora”.   
Esto lo aclaro porque ahora que viene la danza política y las elecciones de mitaca, es cuando los periodistas que ejercemos opinión debemos estar lanza en ristre. Es un deber ciudadano criticar positiva o negativamente a los políticos, a ver si de pronto logramos que, a base de trasformaciones sociales y culturales, Colombia no sea tanto “un país de cafres” y se logre  “reducir la corrupción a sus justas proporciones”. Suena cantinflesca la propuesta pero es una manera muy conveniente y además eso hace parte del oficio de los periodistas. De lo contrario, la política seguirá siendo uno de los negocios más rentables y poderosos del orbe, máxime si se tiene en cuenta que en  el mundo no mandan los intelectuales, los científicos o los periodistas, sino los políticos así estén dotados con coeficiente intelectual de dudosa calificación. En el  mundo capitalista mandan los políticos con el dinero de ellos mismos y el de los ricos. Por las mismas razones los políticos deben, o debieran ser, individuos altamente preparados profesional e intelectualmente. De otra manera, seguiremos inexorablemente hacia el desvolcanadero.  

jueves, 11 de abril de 2013

El fomento del caos

                                         Por Gerardo Delgado Silva 
Cuando se llega a la cúpula de las altas posiciones del Estado, aún en el caso insólito del Señor Pastrana, no se puede ser ligero, ni ingrávido, en el sentido moral del vocablo.  Tanto menos si se procede bajo la presión de voces extrañas, en las que interviene también el Señor Uribe, que sólo ha prohijado la guerra, sepultando también muchos de los valores sobre los que se había construido el sistema general de la vida de la humanidad a lo largo de los siglos: el tejido mismo de la civilización contemporánea.
Ahora, con las críticas acervas del Señor Pastrana a los diálogos de paz, quiere que se desplome el espíritu de fe y confianza que alumbra el país para gozar de convivencia.  Es la consecuencia en ambos señores, de políticas abyectas, que hay que remediar. El mito del futuro les impide vivir.
Los griegos inventaron la noción del destino, que hace de los hombres monigotes ciegos bajo la planta inclemente de los dioses, como si fueran uvas.  Hasta que Esquilo dulcificó la humillación sugiriendo que contribuimos a la tragedia con nuestra soberbia y nuestras codicias.
Pero cuando los pueblos caen en los abismos de desfase moral como acontece ahora en Colombia, es fácil explicar esa clase de asaltos o intentos de asaltos contra las esperanzas de paz.  No es un ánimo patriótico el de los Señores expresidentes, si no una voz que descorre el velo de una intención proditoria una abominación, con la cual avalan los crímenes de lesa humanidad de los paramilitares, que cuentan con justificaciones de la extrema derecha.  Es decir, la ideología nazi.
Están en la mitad de los municipios en territorios de donde desplazaron a las Farc y al Eln con la siniestra política de masacrar campesinos y sindicalistas, acusándolos de ser “auxiliadores” de la guerrilla.  Los paramilitares eran los compinches del general Santoyo el hombre de la seguridad del presidente Uribe.  Quien tuvo el propósito de que se les confiriera estatus político.  Al fin y a la postre con los parapolíticos, fueron sus electores.  Los paramilitares como lo sabe todo el mundo, se tomaron el poder, exhibiendo su influencia no solo militar sino política, social y económica.
Las actitudes en detrimento de la dignidad de las víctimas y de la sociedad de Uribe y Pastrana, definen la decadencia de una clase dirigente y la degradación en que ha caído.  Por eso nos parece, también una falta de respeto con sus partidos y con el país.  Porque lo cierto, es que no oímos ante los genocidios eufemísticamente llamados “falsos positivos”, la voz de Pastrana ni registramos su protesta.
En puridad de verdad, los auténticos líderes nacieron del consenso público después de una confrontación ideológica y ética: Uribe Uribe, Herrera, Alfonso López, Gaitán, los dos Lleras, Álvaro Gómez, surgieron así en medio de la tempestad, demostrando su hombría de bien y nutriendo con la sabia ideológica de su pensamiento el discurrir histórico de la nación.  Lo otro es un calificable acto de audacia personal solo concebible como producto del estado de la corrupción de las costumbres políticas, que está viviendo el país. En el caso del Señor Pastrana como consecuencia también, claro está, de sostener falsas imágenes, la ansiedad, la soberbia, el resentimiento  y el odio por cuanto el proceso del Caguán terminó siendo un estruendoso fracaso.  Entrego una guerrilla militarmente fortificada y deslegitimada en lo político.  La revista Semana  de esa época, comentó: “Cuatro años después de haber encarnado la ilusión colectiva de un país, Andrés Pastrana se va de la Casa de Nariño con la peor imagen que haya tenido un presidente en la historia política del país”.
Estamos en el instante preciso de iniciar una gran cruzada de entereza pública que congregue a la Nación en defensa de los valores morales abolidos, la democracia maltratada, en Derecho Humanitario derruido.
Los Colombianos de hoy no podemos resultar inferiores a la inmensa tarea que nos ha señalado la historia.  Santos recibió un Estado que se estaba extinguiendo porque para algunos dirigentes, “La corrupción es lo mejor de lo peor”, como sentenciaban los romanos.  Al país hay que rehacerlo y este no es solo un ejercicio del Gobierno.  Todo por fortuna, esta siendo replanteado por el Presidente Santos, como el más intrépido defensor de los intereses nacionales en todos los aspectos de nuestra vida republicana.  Ha demostrado ante propios y extraños, que es un guardián insomne de la moral pública. 
Por el prestigio de Colombia Santos si está cerrándoles las puestas al narcotráfico, porque las drogas destruyen ante todo a la juventud y nos ha causado inmensos daños en lo ético, en lo político y en lo económico.  “El Estado recobró dignidad”, nos expresó Bruno Moro coordinador de la ONU en Colombia. 
Suena patético. Lo que contempla María Jimena Duzán, con impecable lucidez, que forma el estilo personalísimo de su valeroso pensamiento, al revelarnos las palabras del diálogo entre el presidente Betancur y el gobernador de Antioquia, Álvaro Villegas, en 1982 y que aparece en la biografía de este, escrita por Germán Jiménez.  Betancur se muestra justamente alarmado cuando dijo: “¿Cómo es posible que tengamos en la Alcaldía de Medellín a una persona de quien me han dicho tiene nexos con los narcotraficantes?”.
Es indispensable que el país contribuya, como lo demostró en las marchas, al empeño del gobierno de garantizar el mandato constitucional que establece para el Estado, el imperativo de la paz.
Esa labor de sanidad espiritual del Presidente Santos con los diálogos de paz, va alcanzar la finalidad redentora de devolvernos a los Colombianos la seguridad de poder vivir y avanzar protegidos en nuestros fueros.
Ante el envilecimiento de los valores humanos con esos denuestos  de Pastrana y Uribe, nos permite afirmar, sin ser psiquiatras, que estos dos ciudadanos comparten ese rincón oscuro de la conciencia que se llama esquizofrenia paranoide, donde duermen las pesadillas de la razón.  De ahí las desmesuras, sus ideas delirantes, sus ambiciones de poder ignorando los límites de la ética y el Derecho Humanitario para la protección de la población civil, obligatorio para Colombia según la Convención de Ginebra.
Se infiere que Uribe y Pastrana están más preocupados por ajustar cuentas, que por contribuir con la justicia.
“No hay victoria sino se pone fin a la guerra”, nos dice Montaigne, que amaba la paz y el reconocimiento de la dignidad humana como la inmensa mayoría de los colombianos de bien.
                                                                              Para       Bersoahoy.com sección opinión

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