Mario González Vargas
Cuba, desde el ascenso al
poder de Fidel Castro, ha ejecutado una política intervencionista y terrorista
en toda Latinoamérica que le garantice supervivencia más allá de los cambios
que se surtan en el escenario mundial. Fue el difusor de la utopía comunista y
protector y abastecedor de las guerrillas que se conformaron en el marco de la
Guerra Fría, sin que la caída del muro de Berlín y el desmembramiento de la URSS
alterara su actitud. Apadrinó a Salvador Allende en Chile, aleccionó y
adoctrinó al Frente Farabundo Martí en el Salvador, al Sandinisno en Nicaragua,
a la UNRG en Guatemala, al ELN, las FARC-EP y el M-19 en Colombia y estableció
filiación paterna con Hugo Chaves y Maduro en Venezuela. Supo ajustarse a los
procesos de paz en Centroamérica y Colombia, trocando las armas por astuta
diplomacia, que lo convirtió en impulsor malicioso de negociaciones de paz en el
caso de Colombia y las Farc.Ep, y en garante parcializado en las fallidas
negociaciones de Colombia y el ELN. No cabe duda de que entendió que en la
política exterior están vedados los sentimientos y prevalecen siempre los
intereses.
Por ello, sorprendió el
reciente memorando del embajador cubano en Colombia, en el que alertaba al
gobierno sobre un supuesto ataque del ELN en Bogotá, cuya “verosimilitud” no
estaban en condiciones de evaluar, pero con la salvedad de que “la delegación
del ELN en la Habana no tenía ningún involucramiento en las decisiones
militares”. Llama la atención el inusual comportamiento del embajador, un
avezado personaje en tareas de inteligencia, quien, al develar la ignorancia de
sus huéspedes en las decisiones militares de su bandería, los descalifica como
negociadores de paz. También asombra que se negara a aportar cualquier
información adicional a la cancillería colombiana, lo que a todas luces
constituye una actitud “inaceptable”.
¡Que pretende el gobierno
cubano? La respuesta no será reverdecer el amor de Cuba por la paz en Colombia,
como pretenden los conspicuos representantes del progresismo colombiano en sus
frecuentes trances de irreverente cinismo. Convencer a los Estados Unidos de que
Cuba no es un Estado terrorista, requiere mucho más que la divulgación de una
noticia sin información que le confiera, aunque sea, apariencia de veracidad. Inducir
a Colombia a no insistir en su solicitud de extradición de los capos elenos
consentidos en la Habana, sería pueril iniciativa impropia de la experiencia y
malicia del régimen dictatorial cubano. Convencer a Colombia de la división de
los órganos de mando elenos, equivaldría a hacer inviable cualquier
negociación.
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