Por: Bernardo Socha Acosta
Cerrar los ojos a la realidad,
es el peor de los engaños que persona alguna puede cometer frente a sí mismo, o
frente a la familia y mucho peor frente a una sociedad que se debate en situación
de violencia nacional, como la que estamos viviendo ya en las grandes ciudades
con los atracos y asesinatos permanentes de tantos personas y parece que no pasa
nada.
A pesar de la teoría neuronal,
en el sentido de cerrar los ojos para
poder ver mejor las cosas con el corazón, para muchos políticos que están dominados por la avaricia de poder y la
fama, no les funciona esta teoría, porque están embelesados mirando un poco con
retrovisor y otro tanto con una lupa
engañosa, empeñados en promover sus propios intereses y hasta hacer juicios
que falsamente les trae réditos, que no
les sirve sino para entorpecer lo poco que tratan de proyectar, algunas pocas personas
de la frondas burocráticas que actúan con sensatez.
En nuestro país es lo que a
menudo ocurre y quienes están frente al
poder, ya sea en el legislativo o en la rama ejecutiva, cierran
los ojos y se olvidan de sus obligaciones y de lo que está pasando en el
territorio y se ofuscan cuando alguien se atreve a mostrar la realidad
nacional, en cambio de aceptar que están ocurriendo hechos muy graves y
que se requiere, no de actuar independientemente, sino en un gran bloque multipartidista
y gremial, como lo han propuesto visionarias personalidades que tienen toda la
experiencia en la gobernabilidad. Pero
infortunadamente la arrogancia, la petulancia y el falso orgullo, impide que
las cosas buenas ocurran.
En el poder ejecutivo no se ha querido aceptar que amplias zonas del
territorio colombiano estén amenazadas por hechos violentos, hechos de los
cuales no se puede cerrar los ojos. Las grandes ciudades están en manos de las
más peligrosas bandas de hampones que roban y que matan sin que haya una
actuación sensata de las ramas del poder. ¿Están adormecidos? O, más bien
pareciera que actuaran en actitud cómplice, que nadie podría creer.
Lo que está ocurriendo en las
grandes ciudades es el apocalipsis de la gravedad, de lo
que puede provenir, si no se actúa a tiempo para evitar que los males
prosperen. Esas graves y peligrosas amenazas, tienen que ver con una eventual forma
de defensa personal violenta, lo que provocaría un descuaderna-miento de las
instituciones. Volveríamos a la triste conformación de escuadrones de defensa
contra el hampa, que surgirían, si no
hay respuesta oportuna de las autoridades.
La policía sola no puede hacer
nada, los fiscales tampoco, y los jueces están maniatados, con unos vetustos códigos
que teóricamente defienden a la delincuencia mientras el país va al
abismo.
Y los integrantes de las ramas
legislativa y ejecutiva, como son los
privilegiados de la sociedad de nuestro país que se desplazan por donde quieran
en carros blindados, cierra los ojos y dicen
que no está pasando nada, mientras la problemática crece y se represa. Qué
pasará cuando esta situación no aguante más, porque hemos cerrado los ojos
desgraciadamente a la realidad.
Los gobiernos de turno no
pueden darse el lujo de considerarse autosuficientes para enfrentar el cúmulo
de problemas que vive un país como Colombia. Rechazar una oferta de
colaboración de sectores que por la experiencia tienen mayores propuestas, no
es sensato ni acorde con las necesidades.
Y, ya que hablamos de la
actualidad nacional, con su nefasta problemática y con el respeto que se merece
un jefe de estado, produce cierta desazón cuando nuestro presidente hace sus
alocuciones y tras mostrar solo las bellezas de Colombia, en algunas de sus intervenciones,
en cambio de reseñar el realismo de lo que vivimos, mira el retrovisor y dice
con notoria presunción, que en este gobierno se ha hecho esto y aquello… sin esperar a cambio premios… A qué se estará
refiriendo… Cualquier ciudadano desea es que un jefe de estado, entre más cosas
buenas haga, muestre más humilde y espíritu de servicio por su pueblo.
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