Mario González Vargas
El país vive en materia de seguridad un intenso desasosiego que recuerda los difíciles tiempos del auge militar de las Farc-Ep a finales del siglo pasado. Contrariando la tarea del gobierno de entonces, materializada en el Plan Colombia, con el que se logró en 10 años la desarticulación de los subversivos y habilitó a Santos para adelantar un proceso de paz, aún sin cierre, Petro y sus partisanos navegan sin brújula, en medio de las tormentas que suscitan la paz total y los desaciertos de una gestión mediocre que acrecientan en vez de resolver los inmensos desafíos que enfrentamos, y que no mutará en aciertos por haber excluido del gobierno a los pocos entendidos considerados ahora enemigos internos.
Su egocentrismo se traduce en desordenada y desafortunada impaciencia. Insiste en negociar con organizaciones criminales sin contar con una ley de sometimiento, intimida a la CSJ para forzar la elección de una fiscal de bolsillo, legisla por decreto en asuntos que la constitución y las leyes desautorizan, llama a su entorno a los más fieles pero ignaros e incompetentes en las tareas de planeación y conducción de la economía, e intenta dar vida prematura a reformas que aún cursan en el Congreso con la siniestra, pero no improbable creencia, de que someterá a las otras Ramas del Poder Público y burlará a los órganos de control.
El país padece los estragos de una cruenta violencia ejercida por organizaciones criminales que, al tiempo que se sientan con el gobierno, multiplican sus ataques, ensanchan su control territorial, aumentan sus rentas ilegales extraídas de la minería ilegal, el narcotráfico, el secuestro y la extorsión, y se empoderan en más de la mitad de los municipios del país valiéndose de la animadversión del gobernante hacia la Fuerza Pública. “No nos dejen solos” no es solamente la plegaria de ganaderos y empresarios agrícolas, sino también el sentimiento de una ciudadanía victimizada e indefensa.
No serán escuchados porque el presidente tiene sus ojos puestos en el 2026. Cree que la tarea que se propone exige su continuidad en el poder y requiere una nueva repartición de competencias. Al presidente le corresponderá debatir, entusiasmar y convencer a tirios y troyanos sobre el cambio del modelo político, económico y social, y a su imprescindible Laura Sarabia el manejo del gobierno y de todo lo que deba suceder en los entretelones que escondan los secretos de una acción eficaz, porque generosa en dadivas para los operadores de la institucionalidad, sin importar nada distinto a sus exigidos resultados.
El aterrizaje de Mancuso es un instrumento más para fabricar “verdades”, burlar la reparación de las víctimas y facilitar el perdón y olvido que se ofrece a todas las organizaciones criminales llamadas a la supuesta paz total.
Nadie promueve golpes de estado, como afirma engañosamente Petro, porque el pasado nos ha enseñado que, en 1886, 1910, 1957 y 1991, con acuerdos superamos la violencia y las discordias y fortalecimos nuestras instituciones democráticas. Hoy, cuando se encuentran amenazadas, no se entendería que no se intentara el ejercicio. La pretensión autocrática debe enfrentarse con más democracia y lograrlo marcaría nuestro destino en un hemisferio que enfrenta el peligro de perder sus libertades.
La primera expresión debemos realizarla el 6 de marzo en todas las ciudades de Colombia.
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