Trafugario
Por: JOSE OSCAR FAJARDO
Hace unos días atrás un
periódico local publicó una noticia cuyo texto parecía un párrafo sintetizado
de la novela inédita de este periodista que tiene como título “El Candidato de
los difuntos”, y que se publicará próximamente si dios y la virgen santísima y
todos los santos de todos los cielos incluido el presidente Santos y todos los
ángeles y los arcángeles y todos los brujos de Barbosa me lo permiten, así
usted no lo crea. El título de la noticia decía así: “Cae pareja que hacía
tortas de marihuana”.
Pero antes el antetítulo
rezaba así: “Vendían también brownies, galletas y helados”, indudablemente de
marihuana. Pero eso a mí no me causa
ninguna sorpresa es porque en Colombia la realidad supera la ficción en muchos
millones de años luz. Por ejemplo el tiro ese del curita Inocencio con la panza
taquiada de condones llenos de perica es una escena de telenovela que ya lo ven
y lo comentan pelaos y chinas de cualquier guardería infantil. Eso ya es como
saber que hay uvas. Lo que me deja perplejo es que por fin caí en la cuenta por
qué, hace como dos meses que estuve con una amiga muy especial por ese sector
de Cabecera y que nos comimos unos suculentos helados, después del acto de comérnoslos,
los helados, nos dio un aristocrático ataque de risa como si hubiéramos visto
al negrito San Martín de Porres con una percanta de gancho por toda la 33.
Ahora comprendo con toda la
claridad por qué razón el perrito chihuahua de mi amiga, al que se le dio una
porción de helado, se le iba a agarrar
a físicos mordiscos a un Rodwailer con hocico de asesino. No me queda la menor duda, esos desgraciados
de la heladería nos metieron una inocente “traba” a los tres. Pero
afortunadamente la ley ya los está juzgando, por tentativa de traba contra mi
amiga y yo, y contra el chandocito por
tentativa de perricidio.
Y además por el delito de
traba dolosa colectiva en la persona de media población de Santander. Pero lo
verraco del caso es que yo, siendo un pelao, ya había presenciado una escena de
sumo parecido en un desfile de carnaval. En una carroza de indios, que entre
otras cosas tenía el curioso nombre de “El cacique y la cautiva”, quien hacía
de cacique era un viejo mofletudo y chiquito que no necesito sino de una
diadema con plumas porque por lo demás
lo tenía todo de indio, y una pipa que debía tacarle periódicamente el Negro
Parra, una pichurria de la época. Aclaro que El Negro Parra era más malo que la
leche de culebra. A la tercera tacada y en pleno desfile, las calles de Barbosa
repletas de gente, el Negro Lucifer le tacó la pipa al cacique Perú con
legítima marihuana. Y como al tercer
bombazo que le dio el cacique Perú a la pipa, que en realidad era un enorme chimbombo
de marihuana, se le corrió la teja y se le mandó encima “lanza en ristre” a la
cautiva que era la flaca Lucía con un mísero taparrabos, y que estaba amarrada
de las manos y de los pies patiabierta en el piso, y por poco le saca los ojos
por las orejas. “Indio querer india”, gritaba el cacique Perú echando babaza
como un caballo envenenado. Y como entre seis machos de verdad, no lograban
arrancárselo de encima a la flaca Lucía en el más infame estado de indefensión.
Finalmente el cacique fue
conducido al hospital en total estado de enajenación mental, y la flaca Lucía a
donde un sobandero a que le rearmara todo el esqueleto. Perú siempre buscó a
Parra para descuartizarlo.