Trafugario
Por: José Óscar
Fajardo
Así algunos no
me lo crean, muchos de mis lectores me han pedido a través del correo o
mediante llamada telefónica los que saben mis números, que les explique qué es esa
vaina que tengo yo con el cuento de, El Candidato de los difuntos. Pues bien,
queridos preguntones. Ese es el título de mi quinta y última novela, por ahora,
que ya estoy mercadeando por mis propios
medios y con todas las triquiñuelas aprendidas a lo largo de mis estudios, de
mis interminables lecturas y de mi vida. Lo único que les digo es que, escribir
literatura es una experiencia muy bacana que le da la oportunidad a uno de
desquitarse de todos esos fantasmas que ve en medio de las tinieblas de su
existencia. Pues hay que vivir en un túnel demasiado oscuro durante mucho
tiempo, y si es persistente y cuenta con suerte, algún día pasará al otro lado
y llegará a ver la luz. De lo contrario, estará en el ostracismo para siempre,
y en la mayoría de ocasiones, no por culpa del escritor. Escribir es una pena y
a la vez una obsesión y uno no escoge el arte sino que el arte lo escoge a uno.
Lo cierto es que ningún escritor sabe
con exactitud matemática por qué escribe literatura. Tampoco sabe por
qué esa patología endémica lo lleva, sin ningún estropicio ni requerimiento y sin
compasión, hasta el final de su existencia. Les hago la siguiente aclaración
acerca de Nabucodonosor, el candidato de los difuntos.
Este no es un
relato para revivir el antiguo Dadaísmo o que tenga que ver con el Surrealismo.
No. Es sencillamente la narración de una alucinación compartida de dos amigos,
uno intelectual el otro del montón, ambos adictos a las drogas y al licor, que
en medio de esos viajes que suelen hacer “metiendo” en el cementerio central de
Crazy Port, después de dialogar con muertos de todos los tiempos, llegan a la
conclusión que todos estamos hechos del mismo mazacote fusionado con mentiras,
hipocresías y sueños. Es un libro loco. “Uno es verraco hasta que alguna
pichurria le demuestra lo contrario”, es
la piedra filosofal de Nabucodonosor Cristanchi, filósofo y político candidato
a la presidencia de Crazy Port, quien vive convencido que un intelectual puede
llegar al poder con la sola fuerza de su aparato psíquico, la brujería y la
metafísica y sin un capital para invertir en política. Es el personaje central.
Su propio Sancho
Panza, el Chueco Mariojosé, cree en lo mismo porque a él, a última hora le
importa un carajo el poder. Lo cierto es que ambos profesan su propia filosofía
producto de sus fatuos conocimientos y creen profundamente que, así los científicos
digan lo contrario, el mundo funciona así. “Que sólo nos salva el buen humor y
la capacidad de reírnos de nosotros mismos para que no nos acribillen las
enfermedades mentales o nos asesine la pobreza. Pues produce mucha sensación de
igualdad el pensar que hasta a un presidente de la República pueda darle
pecueca y la propia mujer llegar a ponerle cachos con un soldado de la guardia
presidencial. Lo que pasa es que eso casi nunca se sabe. Se conoce que estos
soldados son buen polvo porque generalmente están tostados”, dice el autor. Esta
narración también puede considerarse como otra historia de la estupidez humana.
Con un lenguaje indudablemente coloquial y cargado de un humor sulfúrico, el
escritor trata de dar al lector una explicación real, aunque en ocasiones
contradictoria, de los hechos y de los personajes más importantes de todos los
tiempos partiendo de la lógica que los muertos son eternos y nunca se quejan de
nada. Por esa razón también se les puede mamar gallo el tiempo que uno quiera,
argumenta.