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sábado, 2 de febrero de 2013

Aromática de marihuana

                              Trafugario
                          Por: JOSE OSCAR FAJARDO  
Hace unos días atrás un periódico local publicó una noticia cuyo texto parecía un párrafo sintetizado de la novela inédita de este periodista que tiene como título “El Candidato de los difuntos”, y que se publicará próximamente si dios y la virgen santísima y todos los santos de todos los cielos incluido el presidente Santos y todos los ángeles y los arcángeles y todos los brujos de Barbosa me lo permiten, así usted no lo crea. El título de la noticia decía así: “Cae pareja que hacía tortas de marihuana”.
Pero antes el antetítulo rezaba así: “Vendían también brownies, galletas y helados”, indudablemente de marihuana.  Pero eso a mí no me causa ninguna sorpresa es porque en Colombia la realidad supera la ficción en muchos millones de años luz. Por ejemplo el tiro ese del curita Inocencio con la panza taquiada de condones llenos de perica es una escena de telenovela que ya lo ven y lo comentan pelaos y chinas de cualquier guardería infantil. Eso ya es como saber que hay uvas. Lo que me deja perplejo es que por fin caí en la cuenta por qué, hace como dos meses que estuve con una amiga muy especial por ese sector de Cabecera y que nos comimos unos suculentos helados, después del acto de comérnoslos, los helados, nos dio un aristocrático ataque de risa como si hubiéramos visto al negrito San Martín de Porres con una percanta de gancho por toda la 33.
Ahora comprendo con toda la claridad por qué razón el perrito chihuahua de mi amiga, al que se le dio una porción de helado, se le iba   a agarrar a físicos mordiscos a un Rodwailer con hocico de asesino.  No me queda la menor duda, esos desgraciados de la heladería nos metieron una inocente “traba” a los tres. Pero afortunadamente la ley ya los está juzgando, por tentativa de traba contra mi amiga y yo, y  contra el chandocito por tentativa de perricidio.
Y además por el delito de traba dolosa colectiva en la persona de media población de Santander. Pero lo verraco del caso es que yo, siendo un pelao, ya había presenciado una escena de sumo parecido en un desfile de carnaval. En una carroza de indios, que entre otras cosas tenía el curioso nombre de “El cacique y la cautiva”, quien hacía de cacique era un viejo mofletudo y chiquito que no necesito sino de una diadema con plumas porque  por lo demás lo tenía todo de indio, y una pipa que debía tacarle periódicamente el Negro Parra, una pichurria de la época. Aclaro que El Negro Parra era más malo que la leche de culebra. A la tercera tacada y en pleno desfile, las calles de Barbosa repletas de gente, el Negro Lucifer le tacó la pipa al cacique Perú con legítima marihuana.  Y como al tercer bombazo que le dio el cacique Perú a la pipa, que en realidad era un enorme chimbombo de marihuana, se le corrió la teja y se le mandó encima “lanza en ristre” a la cautiva que era la flaca Lucía con un mísero taparrabos, y que estaba amarrada de las manos y de los pies patiabierta en el piso, y por poco le saca los ojos por las orejas. “Indio querer india”, gritaba el cacique Perú echando babaza como un caballo envenenado. Y como entre seis machos de verdad, no lograban arrancárselo de encima a la flaca Lucía en el más infame estado de indefensión.
Finalmente el cacique fue conducido al hospital en total estado de enajenación mental, y la flaca Lucía a donde un sobandero a que le rearmara todo el esqueleto. Perú siempre buscó a Parra para descuartizarlo.         

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