Por Horacio Serpa Uribe
El país debe estudiar
la propuesta de Alfonso Cano, el comandante de las Farc, cuando manifiesta la
disposición de ese grupo de iniciar acercamientos en búsqueda de la esquiva paz
en Colombia.
A través de un video enviado al Encuentro
por la paz de Barrancabermeja, realizado el pasado fin de semana, el dirigente
guerrillero planteó que el “diálogo es la ruta” y que sigue creyendo que la
solución política es la alternativa más expedita para cesar el enfrentamiento
armado con el Estado colombiano.
Cano dijo que espera encontrar las
condiciones necesarias para sentarse a negociar con la institucionalidad
colombiana y abandonar, de manera definitiva, el camino de la violencia.
Pareciera que las Farc están entendiendo
que su lucha armada no tiene futuro, no solo porque el Estado está en capacidad
de cerrarles todos los espacios y golpearlos con fuerza hasta obligarlos a
dialogar, sino también porque las condiciones del país y del mundo han cambiado
dramáticamente. Nadie hoy cree, sinceramente, en el triunfo de la lucha armada,
en la vigencia de sus ideas, ni en la justicia de sus luchas. La guerra de
guerrillas es un esquema valetudinario al que nadie le rinde tributo.
Los últimos años dejaron la huella de la guerra
en Colombia. Ahora se ha vuelto a hablar de paz. La puerta de la reconciliación
no está cerrada, como anunció en su posesión el mandatario, sino que además se
está abriendo y un nuevo aire de entendimiento ha ido entrando a la nación,
trayendo la esperanza de la pronta liberación de los secuestrados, la
eliminación del reclutamiento de menores, el compromiso de la guerrilla de no
seguir sembrando minas antipersonales ni usar el plagio de personas como arma
de guerra.
Alfonso Cano tiene que pasar de los
anuncios a la concreción de sus promesas. Si deja pasar el impulso que está
tomando la nación para apoyar la decisión del Presidente Santos, podríamos
perder este momento histórico. Cano debe pensar en escuchar al Presidente
cuando pide la libertad de los secuestrados. Los halcones acechan.
En 1992, en Tlaxcala, se perdió una
oportunidad. Pasaron seis años para volverse a sentar a hablar de paz, en el
gobierno Pastrana, y las Farc cometieron el peor error de su historia: burlarse
del país, aprovechar el Caguán para envalentonarse y fortalecerse militarmente.
De esa frustración colectiva nació la victoria electoral de Uribe, quien durante
ocho años, con evidentes éxitos, hizo lo posible para derrotarlos militarmente.
Han pasado 19 años desde Tlaxcala. Cada día se pierden
más vidas, se apagan más esperanzas. Los paramilitares se multiplican. No sé
cuántas muertes han ocurrido. Ojala el jefe guerrillero avance en su decisión
de negociar la paz. De parar cincuenta años de inútil sacrificio de vidas. Los
demócratas haremos cuánto esté a nuestro alcance para que en una mesa
escribamos la más bella página de nuestra historia. Y al final nos abracemos
como compatriotas.
-- Cortesía: Mónika María Leal Abril
Directora de Comunicaciones
GOBERNACIÓN DE SANTANDER