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domingo, 2 de septiembre de 2012

PARA QUÉ SIRVE LEER

TRAFUGARIO
Por: JOSE OSCAR FAJARDO
                                             
Por lo menos para distraer y no dejar morir de tedio a los presos de cualquier penitenciaría de cualquier parte del mundo. Cuando leí por primera vez El sepulcro de los vivos, novela de Fedor Dostoievski que también tiene por título, La casa de los muertos, y que narra escuetamente con toda la crudeza habida y por haber, la vida y el destino de los penados de una enorme cárcel de la Siberia Rusa, sin decir mentiras quedé como si yo mismo hubiera pagado una larga pena en esa cárcel más que maldita. Es quizá uno de los relatos más conmovedores y patéticos que haya pasado por mis manos y por mis manos han pasado muchos. Recomiendo que lo lean así no estén purgando ni cortas ni largas condenas.
Este viernes que acaba de pasar el periodista Julián Parra, a través de su programa Nocturna RCN que se transmite a nivel nacional por esa cadena desde las diez de la noche hasta las tres de la madrugada de lunes a viernes, se hizo un programa espectacular desde el parque San Pío de Bucaramanga, pero dirigido y con la participación de los convictos de la cárcel de alta seguridad de Palogordo, en el municipio de Girón. El objetivo central era entregarle diez mil libros de toda clase de contenidos a los penados de dicho centro penitenciario, con el fin de hacerle, no más agradable pero sí menos penosa la estadía consuetudinaria de los internos, sobre todo de aquellos que pagan condenas largas cuyas esperanzas de libertad está sólo al final de un eterno camino. Dios los ayude a tener paciencia puesto que no les queda otra alternativa. O de golpe una muerte inesperada o prematura como ocurría con frecuencia en el relato que les comenté, El sepulcro de los vivos. Y tengo que decir que me parece un gran acierto el del colega Julián Parra, director del programa, porque yo tengo dentro mis convicciones y dadas las circunstancias de modo y lugar, que entregarle un libro a un preso es como darle a un niño una bicicleta o un balón de fútbol. Que regalo más perfecto el de un libro para un preso, sobre todo si le gusta leer.
Qué otra cosa puede distraerlo más en esos días eternos que comienzan a las cinco de la mañana y terminan a las cinco o seis de la tarde, como relatan los que han estado en prisión. Y el mismo modelo de día durante uno, dos, cinco, diez y más años de condena.  Por eso el cabezazo de Julián merece el As de Oros. Y vean los casos que acurren.  Como a mí me pareció tan bacana la idea de los libros y también por mi confesa afición a la lectura, de boca en boca me puse a hacerle propaganda, entonces un mamón de esos de 20 pesos falsos me dijo con sorna y tal vez por calibrarme, que si él  podía regalar un libro de Cálculo. Mire hermanito, le respondí ipso facto sabiendo yo quién era el tipo. Pues para usted que es un burro perfecto, pueda que ese texto le haga mucho estorbo y eso se cae de su peso, pero para un estudiante de Física, Matemáticas o Ingeniería, es un regalo perfecto. Porque recuerde amigo, que como dijo el escritor Zárate, “En Colombia hay cárceles para estudiantes y universidades para ladrones”. Tenga en cuenta que Miguel de Cervantes Saavedra, de pronto el más grande escritor de todos los tiempos, murió preso y en la más oprobiosa miseria en una mazmorra de la antigua España, su amada patria, y que Andrei Sajarov, el físico nuclear ruso creador de la bomba atómica rusa, y de los principios de la bomba de Hidrógeno, jamás se le permitió abandonar la URSS a pesar de ser un abierto disidente. 
Mejor dicho leer sirve para uno divertirse, para ser feliz, para soñar despierto, para robustecer la personalidad, para desarrollar la escritura, para fortalecer el arma más contundente del ser humano que es el don de la palabra, incluso sin tener un solo peso en el bolsillo. Ojalá que para eso, y más, les sirva a todos los penados del mundo.   

viernes, 27 de enero de 2012

Cartas del Lector


Amigo Bernardo Socha:
Morir lentamente es una ocupación cotidiana, una manera corriente de vivir que prefiero a la muerte rápida que nos puede sorprender en cualquier esquina sin permitirnos la alegría de despedirnos lentamente de las personas que amamos.

Neruda mismo, a diferencia de su poesía, vivió lentamente sin arriesgar nada, predicando con su cauteloso cálculo, en el vino y el caviar de la buena vida, el heroísmo y el martirio de los otros.  

Salvador allende en cambio predicó la revolución y se comprometió a fondo con sus ideas y, en el momento supremo, prefirió ofrendar su vida en una batalla imposible sin sucumbir a la humillación que representaba la aceptación de la derrota.
Atento saludo,
Reinaldo Ramírez

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