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miércoles, 8 de octubre de 2008

Hornos Crematorios

Fuente: El nuevosiglo

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casino online Colombia, miércoles 8 de octubre de 2008
POR: HORACIO SERPA
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La sofisticación de la guerra sucia no tiene límites. Tampoco la degradación del conflicto armado colombiano, que a diario cobra la vida de cientos de compatriotas, a quienes sus familiares lloran, esperan, recuerdan, a pesar de que sus cuerpos fueron descuartizados y desaparecidos.
La guerra sucia contra sindicalistas, líderes de oposición, periodistas, defensores de derechos humanos y gente del común, no cesa. Y los métodos de los criminales para desaparecer y hacer cenizas sus víctimas han superado los usados por los criminales nazis.
Colombia padece un clima de horror. Pero nadie se inmuta. Solo un país esquizofrénico puede hacerse el loco ante las declaraciones del jefe paramilitar Jorge Iván Laverde, alias el Iguano, ex comandante del bloque Fronteras de las AUC, quien reveló sin inmutarse que los hombres a su mando construyeron en Villa del Rosario unos hornos de barro en donde incineraban a sus víctimas.

Más de cien personas Nortesantandereanas fueron asesinadas por los paramilitares de la peor forma, por orden de algún matón local y luego echados al fuego, sin que nadie en ese departamento viera el humo, ni sintiera el dolor de esa pobre gente.
Así lograban reducir los índices de las masacres y se evitaban el trabajo de enterrar los cadáveres en fosas comunes, muchas de las cuales han ido apareciendo a lo largo y ancho del país gracias a las confesiones en el proceso de Justicia y Paz. Se calcula que más de 0 mil colombianos están enterrados en esas fosas. Fosas que han hecho llorar de dolor a los fiscales de la CPI.

Pero esos hornos no han sido los únicos métodos usados por los paramilitares para desaparecer las evidencias. Se han escuchado igualmente crueles, como moler los cuerpos y depositar luego los restos en ríos y lagos, o sumirlos en ácidos, o echárselos a los caimanes. Hitler no podía tener mejores alumnos. Ni Goebel mejores aliados Esta degradación, este horror de país, esta vergüenza colectiva no parece dolerle a la nación entera. Solo le preocupa a unos cuantos que sienten pasos de animal grande en la Corte Penal Internacional. Solo le duele a quienes lloran sus muertos. Y el resto, ¿qué hacemos, en qué pensamos? ¿Cuál es nuestra responsabilidad frente a esta catástrofe humanitaria? ¿Cuál es el papel de los medios?

Al país nacional estas noticias no lo conmueven. Estas informaciones que aparecen escondidas entre reinados, cócteles, goles y escándalos de corrupción. Y que en la televisión no generan raiting, pero en las Cortes Internacionales animan a los jueces, y en los organismos mundiales de derechos humanos abren expedientes y generan informes de condena.

Esos hechos preocupan, lastiman el alma. Hay que visibilizar a las víctimas y garantizarles sus derechos a justicia, verdad y reparación. Hay que crear conciencia de que estas bestialidades han de dolernos tanto como la terrible muerte de un niño asesinado por su padre, al que Colombia aún llora. No hacerlo es la indolencia extrema y perdernos como Nación.
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