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miércoles, 4 de agosto de 2010

Lograr la paz: el mayor reto de Santos

HORACIO SERPA

Ya es hora de volver a hablar en serio del fin del conflicto armado interno. Después de cuatro años de frustración en El Caguán y ocho de seguridad democrática, es el momento de repensar con cabeza fría hacía dónde vamos y cuál es el futuro que nos merecemos. Sin paz no habrá prosperidad democrática. Y eso lo sabe el presidente electo Juan Manuel Santos.

Los halcones no han podido ganar la guerra ni la paz, a pesar de haber incrementado el presupuesto militar hasta sobrepasar el de educación, haber polarizado a la sociedad y convertido en enemigo a todo aquel que se atreviera a pronunciar la palabra diálogo. Aliados del terrorismo, fue el calificativo más escuchado en los últimos tiempos. Hoy, por fortuna, se respira un nuevo aire, reconociéndole a Uribe que conquistó importantes instancias de seguridad y tranquilidad.
Las declaraciones del Presidente Santos y su vicepresidente Garzón, han devuelto la esperanza de la reconciliación. Colombia pareciera estar entrando en una diplomacia de integración regional y paz, que le permita reconciliarse con el vecindario, generar nuevas oportunidades de inversión y desarrollo y explicar de mejor manera el conflicto armado que nos golpea desde hace más de 50 años. Cuatro millones de desplazados forzados, miles de falsos positivos, cientos de fosas comunes y un aparato del narcotráfico que parece indestructible hablan de nuestra tragedia.

La prosperidad democrática que desarrollará el Presidente Santos solo será posible si entre todos somos capaces de imaginarnos escenarios para la paz, que permitan aprender de las experiencias fallidas para no repetir los errores y escuchar la polifonía de voces que habitan nuestra democracia. Se necesita mucha imaginación, pero también mucho pragmatismo, para salir adelante. Tenemos que ser capaces de reinventarnos como nación, con cambios profundos y sostenibles en el ámbito social, político, económico, teniendo claro que hay que reparar a las víctimas y reincorporar a los futuros ex militantes de la guerra.

El mensaje del comandante de las Farc, Alfonso Cano, al entrante gobierno es un síntoma del nuevo clima político y las expectativas que se están generando. Ahora hay oportunidad para construir un consenso nacional en torno a una alternativa de paz. Sin los errores del pasado, sin concesiones y con la ayuda de la comunidad internacional, con la mediación de la Iglesia, el apoyo de los medios y la participación de la sociedad civil. Una experiencia novedosa y con los pies en la tierra.

Después de ocho años de seguridad democrática, las Farc deben saber que tienen que jugarle limpio a la paz. El Caguán y los secuestros han significado su entierro político y su debacle militar. Nadie está dispuesto a despejar un pedazo de tierra para dialogar, ni a firmarles un cheque en blanco. Si quieren sobrevivir a la historia tienen generar confianza y comenzar con la liberación de los secuestrados y la renuncia a ese delito de lesa humanidad. ¿Será capaz Cano de dar ese paso?

miércoles, 8 de octubre de 2008

Hornos Crematorios

Fuente: El nuevosiglo

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casino online Colombia, miércoles 8 de octubre de 2008
POR: HORACIO SERPA
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La sofisticación de la guerra sucia no tiene límites. Tampoco la degradación del conflicto armado colombiano, que a diario cobra la vida de cientos de compatriotas, a quienes sus familiares lloran, esperan, recuerdan, a pesar de que sus cuerpos fueron descuartizados y desaparecidos.
La guerra sucia contra sindicalistas, líderes de oposición, periodistas, defensores de derechos humanos y gente del común, no cesa. Y los métodos de los criminales para desaparecer y hacer cenizas sus víctimas han superado los usados por los criminales nazis.
Colombia padece un clima de horror. Pero nadie se inmuta. Solo un país esquizofrénico puede hacerse el loco ante las declaraciones del jefe paramilitar Jorge Iván Laverde, alias el Iguano, ex comandante del bloque Fronteras de las AUC, quien reveló sin inmutarse que los hombres a su mando construyeron en Villa del Rosario unos hornos de barro en donde incineraban a sus víctimas.

Más de cien personas Nortesantandereanas fueron asesinadas por los paramilitares de la peor forma, por orden de algún matón local y luego echados al fuego, sin que nadie en ese departamento viera el humo, ni sintiera el dolor de esa pobre gente.
Así lograban reducir los índices de las masacres y se evitaban el trabajo de enterrar los cadáveres en fosas comunes, muchas de las cuales han ido apareciendo a lo largo y ancho del país gracias a las confesiones en el proceso de Justicia y Paz. Se calcula que más de 0 mil colombianos están enterrados en esas fosas. Fosas que han hecho llorar de dolor a los fiscales de la CPI.

Pero esos hornos no han sido los únicos métodos usados por los paramilitares para desaparecer las evidencias. Se han escuchado igualmente crueles, como moler los cuerpos y depositar luego los restos en ríos y lagos, o sumirlos en ácidos, o echárselos a los caimanes. Hitler no podía tener mejores alumnos. Ni Goebel mejores aliados Esta degradación, este horror de país, esta vergüenza colectiva no parece dolerle a la nación entera. Solo le preocupa a unos cuantos que sienten pasos de animal grande en la Corte Penal Internacional. Solo le duele a quienes lloran sus muertos. Y el resto, ¿qué hacemos, en qué pensamos? ¿Cuál es nuestra responsabilidad frente a esta catástrofe humanitaria? ¿Cuál es el papel de los medios?

Al país nacional estas noticias no lo conmueven. Estas informaciones que aparecen escondidas entre reinados, cócteles, goles y escándalos de corrupción. Y que en la televisión no generan raiting, pero en las Cortes Internacionales animan a los jueces, y en los organismos mundiales de derechos humanos abren expedientes y generan informes de condena.

Esos hechos preocupan, lastiman el alma. Hay que visibilizar a las víctimas y garantizarles sus derechos a justicia, verdad y reparación. Hay que crear conciencia de que estas bestialidades han de dolernos tanto como la terrible muerte de un niño asesinado por su padre, al que Colombia aún llora. No hacerlo es la indolencia extrema y perdernos como Nación.
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