Gilberto Echeverry y Guillermo
Gaviria
El proceso de paz exige un
gran sentido de solidaridad con el país. Ha sido medio siglo de barbaridades,
imputables a las guerrillas, a los paramilitares, a quienes desde el Estado han
cometido abusos, arbitrariedades y delitos. También a los narcotraficantes,
cuyas acciones delincuenciales y violencia han estado vinculados al conflicto,
apoyando a unos o a otros, incidiendo con sus propias atrocidades, al
incremento de la inhumana conflagración.
De ahí que cuando se habla de
reconciliación surjan tantas inquietudes y reparos. Hay mucho rechazo a que los
acuerdos conlleven definiciones que terminen creando connivencia con el crimen,
exculpando los delitos de lesa humanidad, permitiendo que a la altas esferas
políticas del país puedan llegar quienes han afrentado en materia grave a la
comunidad con crímenes que no merecen perdón.
Soy de los que creen en la
necesidad de encontrar salidas que permitan poner fin al conflicto. No serán ya
las amnistías y los indultos de otras épocas y de ninguna manera la exculpación
para los autores de delitos de lesa humanidad. Existe la justicia transicional
y no puede dejar de tenerse en cuenta que en materia penal las
responsabilidades no son globales sino personales. Así genere controversia y el
argumento no guste, debe examinarse la intencionalidad política que existe en
la formación de las estructuras guerrilleras.
No obstante, en desarrollo de
esta prolongada e inhumana guerra han ocurrido muchísimos casos que no corresponden
al enfrentamiento armado entre Estado y subversivos. Son las víctimas
inocentes, desarmadas, indefensas. Como lo fueron el exministro Gilberto
Echeverry y el Gobernador Guillermo Echeverry. Increíble lo que pasó. Eran
adalides de la paz, convencidos de la necesidad de la solución política del
conflicto, comprometidos con la causa de la no violencia. Fueron secuestrados
precisamente cuando iban al frente de una marcha por la paz en Antioquia.
Dos grandes seres humanos.
Duele mucho pensar en su injusto cautiverio y en la forma cobarde como fueron
asesinados. Ningún crimen se justifica pero a algunos se les busca explicación.
A estos no, imposible. Guillermo y Gilberto fueron masacrados a mansalva, para
sentar un precedente malvado, absurdo, en un acto horrible que sigue generando
indignación.
Recordar a Gilberto y a
Guillermo es traer a la memoria a dos personas consagradas al servicio público.
Íntegros, realizadores, optimistas, con un sentido progresista de la política,
practicantes del criterio de la solidaridad. Por eso cayeron, porque no
deseaban que se prolongara la guerra ni que la violencia abrazara hasta su
destrucción a tanta gente inocente.
De vivir, hoy estarían
luchando porque saliera adelante el proceso de paz en La Habana. No soy capaz
de decir que su sacrificio debe servir para construir instancias de perdón y
reconciliación. Muchos sabemos lo que ha significado su ausencia en los campos
del servicio y de la política y Dios conoce el sufrimiento enorme de sus
familiares y allegados. Pero me atrevo a pedir que acabemos esta guerra para
que no muera la gente buena como
Guillermo y Gilberto.
Bogotá D.C., 16 de Julio del
2013 - Colomna, Nuevo Siglo
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