Trafugario
Por: José Óscar Fajardo
Tanto mate que le han dado a este término, o a
este concepto más bien, eutanasia, y muy pocos han podido cogerle el tiro tal y
como debe ser. Bueno, al fin y al cabo es bien difícil cogerle el tiro como
debiera ser. Porque es un concepto que se debate entre lo divino y lo humano; entre lo religioso y lo
laico; entre lo materialista y lo idealista. Y lo más cruel, entre la ética y
el negocio de la salud. Pero para mí, la eutanasia no es más que un sencillo y
humano acto de racionalidad. De aplicarle la lógica dialéctica a la vida. El
más refinado pragmatismo y vamos a ver por qué. Primero, porque el que está en
contra de la eutanasia no ha tenido un padre muriéndose lenta e
inexorablemente, sufriendo indeciblemente de asfixia sin que en el mundo pueda
hacerse algo para ayudarlo. Porque no ha tenido a una madre convertida en un
guiñapo horroroso con cuerpo de zombie, muriéndose tirada en una cama en los
peores quejidos de dolor y también, sin que nadie pueda ayudarla. Que egoísmo tan
despreciable y perverso, es mi argumento. Brittany Maynard es hasta hoy una
estadounidense de 29 años de edad, esposa y madre, a quien le diagnosticaron un
Glioblastoma multiforme, agresivísimo cáncer que la puso a seis meses de su muerte
después de terribles sufrimientos, por lo cual decidió ella misma pedir su
propia eutanasia, que debía ocurrir ayer sábado. Ella, voluntariamente, aplazó
por ahora. Vean las palabras que expresó: “Siento alivio de no morir de la
manera que me han descrito que lo haría si muriera de mi cáncer”.
Esa decisión a mí me parece no sólo de alta
racionalidad, sino de un envidiable manejo de la dialéctica de la vida. Lo que pasa es que,
como afirma Juan Mendoza Vega, presidente de la Academia Nacional de Medicina,
“El abordaje de temas como la eutanasia se enrarece cuando se argumentan
razones de tipo religioso”. En Colombia, Martha Lucía Acero, quien hace ocho
años apoyó y acompañó a su hermano en la decisión de recurrir a la eutanasia, cree que en el fondo hay
cierto egoísmo entre quienes censuran actos como este. Por su parte, Carmenza
Ochoa, directora ejecutiva de la Fundación pro Derecho a Morir Dignamente,
opina que, “pese a todo el debate, Colombia ha evolucionado en la comprensión
de este tema, a punto de que en el país,
puede aplicarse la eutanasia, así no esté reglamentada”. Aquí se hace referencia a la sentencia 230 de 1997,
mediante la cual la Corte Constitucional despenalizó el homicidio por piedad.
También a mí personalmente esto me parece un enorme progreso socio-cultural,
máxime si se tiene en cuenta que la Herencia Cultural, a la que tanto estudio
le dedicó Sigmund Freud, es hora de ponerla en su debido sitio y practicarle
las respectivas correcciones como se ha venido haciendo en todas las ciencias y
más aún, en la filosofía de las ciencias.
Qué respeto por la vida puede ser el ver, permitir
y fomentar (con medicamentos anodinos) que una persona con enfermedad terminal
muera lentamente. En ese caso sería más moral y ético matarla con una
motosierra y mucho más altruista destriparla a balazos dado que su sufrimiento
se reduce a sólo unos pocos minutos o segundos, dependiendo de la metodología
empleada, y que en nuestro “religioso y ético país”, ha sido tan común
como saber que hay uvas. Tanto, que llegó a pertenecer a la cotidianidad de la
cultura de la muerte, reivindicada, sistematizada y fomentada. Y en cambio sí
le ponen gorro ético y religioso a la eutanasia que es el sistema más racional,
noble y altruista de no dejar padecer a un ser humano que, por aquellos
avatares del destino, le tocó una leucemia o un osteosarcoma.
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