sábado, 19 de diciembre de 2020

¿Una utopía para el fin de la Historia?


Mario González Vargas

Los vertiginosos adelantos en ciencias y tecnologías que la humanidad ha disfrutado desde inicios del siglo XX, la ha llevado paulatinamente a considerar que son parte de un proceso inagotable e ineludible de progreso y superación, en el que, empero, se empieza a desestimar el cultivo de la duda, que le sirvió de aliciente, y a acallar el espíritu crítico, herramientas insustituibles de toda creatividad. Se ha venido construyendo un escenario social en el que crece la preocupante apropiación del saber en reducidos círculos, al tiempo que se entroniza un empobrecimiento en el pensar del ciudadano del común, que se traduce en la simplificación de ideas y conceptos para consumo de las mayorías. Las redes sociales son el nuevo vehículo de información que provee verdades incontrovertidas en el moderno ágora, en el que prevalece la simplificación de los mensajes y que no tolera la riqueza del debate porque niega la complejidad de la reflexión.  Rehusar la complejidad propia de las realidades sociales y políticas de la humanidad, además de erosionar su comprensión, alimenta la radicalización de los espíritus y permite la concentración del poder en círculos reducidos, integrados por individuos que pretenden el estatus de expertos, en los que quisieran que delegáramos todas las decisiones atinentes a nuestra vida y destino. Son los nuevos gurús que acaparan saber y riquezas, mientras los demás se ven condenados, sin percibirlo, al desbordado y mediocre influjo de “youtubers”, estrellas de farándulas, “influencers” y toda gama de profetas de pacotilla en redes sociales, o burlados por activistas en medios de comunicación masivos, que difunden engañosas verdades, previamente diseñadas para el estancamiento y pauperización de la información y reflexión de los indefensos ciudadanos.

Al amparo de la globalización asistimos a la indebida manipulación del conocimiento y del poder en manos de minorías organizadas en ONGs y otras cofradías de iguales espectros, dueños de supuesta experticia en todos los retos de las sociedades humanas, y cuyas decisiones hoy pretenden imponernos. Se han apropiado de las instituciones de carácter global desde donde dictan directrices para dirimir la guerra o hacer la paz, señalar la arquitectura de las sociedades humanas y la naturaleza de los poderes que las dirijan, encapsular la infinita diversidad del pensar humano en ordenamientos que lo marchitan, todo bajo la égida de tribunales orbitales para acallar, hostigar prohibir y condenar al que se levante contra esa nueva tiranía sin límites ni fronteras.

Su meta apunta al establecimiento de un Estado Global, utopía remozada del Leviatán tan preciado por la izquierda internacional. Es el nuevo ropaje del imperecedero totalitarismo que, ataviado de vestiduras más coloridas, asoma nuevamente sus tentáculos sobre sociedades que penan en percibir lo que esos disfraces ocultan. La imposición del pensamiento político correcto constituye la herramienta solapada para el advenimiento de un Leviatán Universal, verdadero apocalipsis para las libertades individuales y las diversidades humanas y culturales, fundamentales para la supervivencia de la humanidad.  Parodiando a Francis Fukuyama, ¿será esto el fin de la Historia?

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