Mario González Vargas
Los vertiginosos adelantos en
ciencias y tecnologías que la humanidad ha disfrutado desde inicios del siglo
XX, la ha llevado paulatinamente a considerar que son parte de un proceso inagotable
e ineludible de progreso y superación, en el que, empero, se empieza a desestimar
el cultivo de la duda, que le sirvió de aliciente, y a acallar el espíritu
crítico, herramientas insustituibles de toda creatividad. Se ha venido
construyendo un escenario social en el que crece la preocupante apropiación del
saber en reducidos círculos, al tiempo que se entroniza un empobrecimiento en
el pensar del ciudadano del común, que se traduce en la simplificación de ideas
y conceptos para consumo de las mayorías. Las redes sociales son el nuevo
vehículo de información que provee verdades incontrovertidas en el moderno
ágora, en el que prevalece la simplificación de los mensajes y que no tolera la
riqueza del debate porque niega la complejidad de la reflexión. Rehusar la complejidad propia de las
realidades sociales y políticas de la humanidad, además de erosionar su
comprensión, alimenta la radicalización de los espíritus y permite la
concentración del poder en círculos reducidos, integrados por individuos que
pretenden el estatus de expertos, en los que quisieran que delegáramos todas
las decisiones atinentes a nuestra vida y destino. Son los nuevos gurús que
acaparan saber y riquezas, mientras los demás se ven condenados, sin percibirlo,
al desbordado y mediocre influjo de “youtubers”, estrellas de farándulas,
“influencers” y toda gama de profetas de pacotilla en redes sociales, o burlados
por activistas en medios de comunicación masivos, que difunden engañosas
verdades, previamente diseñadas para el estancamiento y pauperización de la
información y reflexión de los indefensos ciudadanos.
Al amparo de la globalización
asistimos a la indebida manipulación del conocimiento y del poder en manos de minorías
organizadas en ONGs y otras cofradías de iguales espectros, dueños de supuesta
experticia en todos los retos de las sociedades humanas, y cuyas decisiones hoy
pretenden imponernos. Se han apropiado de las instituciones de carácter global
desde donde dictan directrices para dirimir la guerra o hacer la paz, señalar la
arquitectura de las sociedades humanas y la naturaleza de los poderes que las
dirijan, encapsular la infinita diversidad del pensar humano en ordenamientos
que lo marchitan, todo bajo la égida de tribunales orbitales para acallar,
hostigar prohibir y condenar al que se levante contra esa nueva tiranía sin
límites ni fronteras.
Su meta apunta al establecimiento de un Estado Global, utopía
remozada del Leviatán tan preciado por la izquierda internacional. Es el nuevo
ropaje del imperecedero totalitarismo que, ataviado de vestiduras más coloridas,
asoma nuevamente sus tentáculos sobre sociedades que penan en percibir lo que
esos disfraces ocultan. La imposición del pensamiento político correcto constituye
la herramienta solapada para el advenimiento de un Leviatán Universal,
verdadero apocalipsis para las libertades individuales y las diversidades
humanas y culturales, fundamentales para la supervivencia de la humanidad. Parodiando a Francis Fukuyama, ¿será esto el
fin de la Historia?
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