El abundante despliegue mediático que acompaño al denominado conclave no alcanzó a ocultar el humo gris oscuro con el que se anunció su pobre resultado. Los acuerdos no respondieron a las expectativas que los medios de comunicación habían creado y presentado como el renacer de una esperanza que no hallaba sendero cierto ni objetivos claros. En doce horas de intensas discusiones únicamente lograron convenir en dos decisiones: recibir a Alejandro Gaviria, pero sin contar tras bambalinas con el apoyo del partido liberal; y acuñar su nueva denominación, coalición centro esperanza. Poca sustancia para quienes aspiran a transfigurarse en personeros únicos e insustituibles del cambio que demandan las instituciones y al que aspira el país.
En ejercicio de incontenible egolatría dibujaron de sí mismos unos retratos y perfiles engañosos que no resisten el más desprevenido escrutinio, y formularon unas consideraciones insustanciales, bajo el remedo de angelical pureza, que contrastan con las tensiones que los aquejan y permanecen sin resolución. Se consideran apóstoles del cambio porque no han tenido experiencia de gobierno, porque siendo opositores no son continuistas ni petristas, como si esos auto reconocimientos constituyeran un programa de gobierno. ¿Pueden, sin sonrojarse, olvidar que Humberto de la Calle prestó servicio en los más altos cargos en casi todos los gobiernos en las tres últimas décadas, u ocultar el clientelista reparto de mermelada del convocante al conclave, o eludir el consentimiento deparado por todos los gobiernos a los hoy voceros del Nuevo Liberalismo, o disimular que Alejandro Gaviria durante sus seis años de ministro de salud desbarajustó el sistema a él encomendado, o esconder que Fajardo fungió como alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia con resultados hoy bajo escrutinio, o ignorar que el verde Amaya gobernó a Boyacá sin relevancia conocida, o que la senadora Lozano cogobierna en Bogotá con los resultados que padecemos? Todo ello constituye una tentativa de encubrimiento que no tiene vocación de prosperar. Su propósito de constituir gobierno de convergencia con las facciones que conforman ese centro de la esperanza también encarna una ilusión que luce imposible y terminará fallida, como lo presagia la mutua desconfianza que alimenta los disensos y desacuerdos que los aquejan hasta en lo relativo a la mecánica política. Corroídos por la ambición de estar en lo que conviene a cada cual para sustraerse de lo que juzgan inconveniente para cada uno, es virus sin antídoto que cobrará pronto varias víctimas, las que no lograrán cabida en las listas del Congreso del nuevo liberalismo, y tampoco el umbral, si logran confeccionar las propias bajo la batuta de la alcaldía de Bogotá confrontada a sus errores y al desastre que va a provocar en la vida de sus habitantes. No le bastará al nuevo liberalismo con ofrecer absoluciones por culpas clientelistas y de mala gobernanza para subsumir en su seno a todas las vertientes de la supuesta esperanza. Así lo indica el vocabulario que ya se le escuchó al senador Robledo. Habrá desesperanza en un centro que se ha convertido en el seudónimo contemporáneo de vacío.
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