Por: Pedro Gerardo Tabares C.
Los pronunciamientos en contra de
la paz y la orientación hacia ella, con sus utópicos, pero necesarios apoyos,
presentan las consabidas causas de enfrentamiento que los momentos históricos
traen.
No hay pueblo en que la política
haya influido con tan aguda divergencia, que se mantenga en el tiempo
indefinidamente la aceptación de acuerdos o de imposición unilateral que acepte
cualquiera de las partes, máxime cuando los comportamientos de una de ellas debe
reconocer como contraria a la sociedad existente sus actuaciones y que por esa
circunstancia causa graves traumatismo en la economía, las relaciones
interpersonales, el dominio territorial que conlleva a calificativos muy pero
que en nada práctico beneficia su pronunciamiento para el núcleo social en que
se tornan pragmáticos.
Quienes han perdido batallas, se
les ha truncado en atentados o aún vencido en batallas, no siempre con lo que
se han pagado sus equivocaciones han sido sanciones que los elimine, sino que
hasta han regresado al seno de una sociedad que los ha esperado para cambiar de
alguna manera la concepción de la maldad.
Por eso cualquier radicalismo
impide solucionar graves conflictos, y nuestro país no es ajeno a esa
situaciones, por lo cual quienes no tienen dirección material de los
acontecimientos con sólo su percepción y agudeza de pensamiento se tornen en
orientadores decisorios de todo aquello cuya concepción es totalmente
diferente, hasta el punto que que impida que haya nuevas propuestas, cuando las
precedentes no han tenido acogida, y por ende sin resultados.
El pensamiento humano tiene
aristas que quizá no se alcanza a comprender, cuando repudiamos una concepción,
pero ésta se aplica quitándole alguna variante de la que el pensador que la
entronizó modifica el conglomerado social con su aceptación, y aún en las
democracias se modifica diametralmente la manera de pensar en una sociedad
determinada, como se puede observar a cada momento.
Quienes por su calidad de
intelectuales, directores de masas, intérpretes de pensamiento religiosos, o
cultores de anquilosadas teorías que consideran válidas, pueden intervenir para
morigerar sus candentes ataques, dejando un mínimo de criterio a quienes tienen
decisión, claro está que con su aporte mesurado para buscar ese rótulo que ha
sido la incógnita difícil de encontrar a través de los tiempos: la paz, que
teóricamente está incluido en la Constitución Política Colombiana.