Horacio Serpa
Guillermo León Saenz se dió a conocer como dirigente
de la Juventud Comunista. Era la época de “las diferentes formas de lucha”, entre
ellas la subversiva, a la que se vinculó en los años setenta.
Con el nombre de Alfonso Cano lo encontré un día en
el que acompañando al Consejero de Paz Jhon Agudelo Rios y al Senador Alberto
Rojas Puyo, fuimos más allá del Sumapaz a encontrarnos con Jacobo Arenas (Luis
Morantes, Piedecuestano) buscando que las FARC pusieran en libertad al hermano secuestrado
del expresidente Mosquera Chaux. Allí estaba también Raúl Reyes.
Después lo vi varias veces en Casa Verde, durante el
proceso de Paz del Presidente Betancur, que acompañé conscientemente a pesar de
la reticencia de importantes jefes de mi Partido. Era un guerrillero diferente
a los que ya habíamos conocido en las conversaciones de paz, generalmente “cargados
de tigre”, con fusil en la mano, hablando de combates y estrategias guerreristas.
Cano era buen conversador, culto, bien informado del país, polémico, dialéctico,
político. De eso se hablaba con Cano, de política, siempre en el marco de
lograr la paz, sobre la base de la justicia.
Volví a encontrarlo en Caracas, pasada la
Constituyente. Había comenzado un proceso de paz con la coordinadora
guerrillera en el que Cano abrió los diálogos con una frase que me impactó: “Hemos
debido encontrarnos hace 5.000 muertos”. Yo integraba la Comisión de Orden Público
conformada por el Presidente Gaviria y dialogando con la guerrilla pretendí
sacarle partido al hecho de que Rafael Pardo hubiera sido nombrado Ministro de
Defensa, el primer civil en varias décadas. Cano, quien siempre reclamó esa
decisión, me contestó sin inmutarse: “Si lo hubieran hecho hace 30 años, no habría
guerrilla”. Así era, recursivo, tajante, siempre de su propio lado, sin ceder
casi nunca.
Después nos vimos frente a frente, en Tlaxcala. Fue un
contradictor de gran escala, por encima de sus compañeros, entre los que
estaban Màrquez, Catatumbo, Lince y otros importantes jefes. Me parecía que las FARC si querían la paz y que Cano era en
la guerrilla el impulsador de ese compromiso. No se logró. Algún día habrá que
escribir dicho capítulo, que le negó una posibilidad real de concordia a los
colombianos. Cuando se rompieron las conversaciones exclamé, dirigiéndome a
Cano: “Quien sabe dentro de cuántos muertos nos volvamos a encontrar”.
Cayeron colombianos por millares, antes de encontrarnos
nuevamente. Fue en el Caguán, en el proceso del Presidente Pastrana. Me pareció
radical. Al término de nuestra última conversación, me dijo: “Ustedes los
políticos no son nuestros enemigos, ni los militares; son la oligarquía y los
gringos”. Ya no lo vi con ánimo reconciliador y me regresé con la idea de que ese
proceso fracasaría.
Con Cano se cumplió la sentencia de Napoleón: “Las
guerras comienzan con soldados y terminan con cadáveres”. Ojalá su muerte
contribuya a abrir caminos de
reconciliación, pues caído el comandante en jefe puede ser que comience, de
verdad, el principio del fin.
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