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lunes, 2 de marzo de 2015

¡Más educación que represión!

                               Por Sergio Isnardo Muñoz
Todos queremos las calles seguras y a los delincuentes en la cárcel. Y a la hora de buscar seguridad, siempre pensamos, primero que todo, en la policía: soñamos con ejércitos de uniformados que patrullan, ejercen control y, si las circunstancias lo exigen, aplican la fuerza. Pero el palo no resuelve el problema.
En Bucaramanga, como en la mayoría de las ciudades del país, cuando se habla de seguridad se piensa en expertos en la teoría de la represión, porque esa es nuestra tradición cultural y la salida fácil. Una represión apoyada por cámaras de televisión, frentes de seguridad, patrullas motorizadas, soplones. Una represión que soslaya, por completo, las causas de la inseguridad y la violencia, concebida para mantener a los indeseables en sus guetos—es decir, “en su sitio”—, de tal manera que la “gente de bien” duerma tranquila. Pero la represión no resuelve las causas estructurales del problema, que es lo que, como sociedad, tenemos que buscar.
Pienso que, sin abandonar estas prácticas, que seguirán siendo necesarias durante mucho tiempo, tenemos que abordar el problema de la inseguridad desde una perspectiva diferente: debemos entender, en primer lugar, qué hace que una persona, generalmente joven, se lance a las calles a robar y hasta asesinar. ¿No será que echa de menos las oportunidades que otros habitantes de la ciudad tienen por montones? ¿No será que carece de comida, educación, empleo, recreación, de la posibilidad de adquirir los cachivaches del mundo moderno? ¿No será que se siente frustrado y que, la necesidad y el resentimiento lo impulsan a hacer lo que no debería hacer, en el afán de satisfacer sus penurias? Como es obvio, para todas estas preguntas la respuesta es sí.
¿Que debemos hacer, entonces, para atender las necesidades de los habitantes de las numerosas zonas marginales de la Gran Ciudad Metropolitana de Bucaramanga, por ejemplo, y evitar que caigan en la delincuencia? Como Estado, llevar hasta ellos las soluciones que reclaman, incluirlos en los procesos de desarrollo de la urbe, brindarles los elementos que les permitan desatar su ingenio para convertirse en creadores de riqueza y ascender en la escala económica y social como ocurre con sus semejantes que están mejor ubicados en la comunidad. Es algo elemental, que, sin embargo, no parece preocupar demasiados a los gobernantes.
Ahora que se habla de construir la paz, conviene pensar en la manera de conformar gobiernos eficientes en la lucha contra la inequidad, para satisfacer las carencias de quienes nunca han tenido nada y que, por lo mismo—con no poca lógica—se convierten en una amenaza pública. Es hora de que la política sirva para diseñar y ejecutar acciones de cambio que lleven esperanza a los innumerables jóvenes y adultos que hoy ven pasar ante sus ojos la película de un bienestar que, en abierta violación a sus derechos, nunca los favorece. Por esto estoy convencido de que, para conquistar la seguridad en nuestras calles, debemos dar más educación que represión.

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