Por Gerardo Delgado Silva
Para
comprender nuestro país, y el proceso de formación de nuestro pueblo, debemos
recordar que en 1492, cayó Granada, con un contundente triunfo de los españoles
contra los árabes y así se puso fin a una guerra de siete siglos.
Empero,
ya estaban invertidos los valores en España.
Desde
luego, los veteranos cesantes de esa guerra, se convirtieron en los Conquistadores
del Nuevo Mundo, incapaces para adaptarse a las labores de la paz. Así las cosas, llamaron Hidalgos a sus asociales y villanos a los hombres que amaban la paz.
La
característica patológica más sobresaliente de la Conquista es la criminalidad
de sus autores.
López
de Gomara, compara a las tropas de Cortes con las Hordas Bárbaras. Y dice: “Grandísima culpa tuvieron dellos por
tratallos muy mal, acodiciándose más al oro que al prójimo. Paresceme que Dios ha castigado sus pecados
por aquello”.
Es
lícito admitir que las huestes de los Viajeros de Indias estaban sobrecargadas
psicopáticamente, por el solo hecho de ser emigrantes. Si pensamos en las condiciones de navegación
de aquella época y los innumerables peligros que tenían que arrostrar en América
del siglo XVI y del XVII, nos sentimos inclinados a suponer una incidencia más
elevada de insania desde el momento en que ésta guarda una relación paralela
con el temple y la audacia excepcional.
La
Conquista fue una masacre del Diablo en nombre de Dios. Pisotearon, vistieron y enseñaron a pecar a
los indígenas, y por consiguiente, a cometer hechos punibles.
Muchos
españoles tenían el argumento según el cual Dios había condenado a los indios a
la perdición por sus abominaciones y pecados, que los había entregado en manos
de los españoles con la estimulante seguridad de estar laborando por la causa
divina en ese Nuevo Mundo.
Y
vaya, vaya, como dirían los ingleses.
Apareció ahora un grupúsculo de valetudinarios, enemigos de la paz, y
amigos del odio, que aviesa y calumniosamente vulneraron o lesionaron el
patrimonio moral del Señor Presidente, en nota vil, enviada al Jefe del Partido
Conservador, Señor David Barguil, donde a su vez confiesan: “Escribimos en cumplimiento de la vocación
que heredamos – el odio - para prestar
servicio a los ideales que conforman nuestras tradiciones”.
Empero. ¿Cuál es la vocación que heredaron?, ¿Las
campañas de exterminio?, ¿Los crímenes de lesa humanidad dirigidos contra los
adversarios políticos?
No
es legítima la negación del pasado, de los dos partidos, que por sus
atrocidades y la inversión radical de los valores, permitió que se forjaran los
grupos subversivos como las FARC, que han atentado contra la estabilidad
institucional, la seguridad del Estado o la Convivencia Ciudadana.
En
el curso de los años, se fue reafirmando la personalidad extraordinaria de
Darío Echandía, el único político que revestido de una inmensa autoridad moral,
sello una paz entre el Partido Liberal y el Partido Conservador y cicatrizo las
heridas ahondadas con el asesinato de Gaitán.
Es
que no debe perderse de vista que difícilmente la guerra en Colombia se va a
resolver mediante más guerra como quieren unos alienados, enemigos de una
solución negociada a esta guerra actual, en sintonía con la comunidad
internacional, que sigue siendo la única salida.
Y
es evidente que el desarrollo desigual de las estructuras regionales y la
inserción diferenciada de los múltiples actores de la violencia en ellas, no
puede continuar. Debemos subrayar la
concentración de la propiedad en manos de antiguos terratenientes, la
instauración definitiva del capitalismo en el campo, con los ejércitos de
pobres abandonados, en trance de desaparición, clase trabajadora campesina que
es la que produce el progreso.
Como
señala Miguel Hernández: “Aceituneros altivos,
decidme en el alma quien,
¿Quién Levanto los olivos?
no los levanto la nada,
ni el dinero, ni el señor (terrateniente)
si no la tierra callada,
el trabajo y el sudor.”
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