domingo, 12 de abril de 2015

¿Y la planeación para qué?

                         Por Sergio Isnardo Muñoz
 A propósito de la aprobación del Plan Nacional de Desarrollo, que se va a dar en el Congreso la semana entrante, es bueno reflexionar sobre algo que muchos suponían en Colombia, que con la elección popular de alcaldes y gobernadores, municipios y departamentos iban a hacer del planeamiento la herramienta más importante para la construcción del desarrollo.
Pero, aunque algo se ha avanzado en el tema, el mismo no ha sido asimilado por completo. ¿Resultado? El avance de la improvisación, que tiene consecuencias fatales para la gente.
Con muy raras excepciones, todavía ocurre que estos servidores son elegidos con base en unas propuestas etéreas, que no responden a las exigencias reales del desarrollo. Esto sucede porque los aspirantes a desempeñar cargos administrativos, en muchas ocasiones desconocen los alcances de su compromiso, y también porque los ciudadanos no les exigimos un desempeño a la altura de sus responsabilidades.
Es triste ver la forma como muchos mandatarios asumen el diseño de su plan de desarrollo a partir del perjudicial ejercicio de “copiar y pegar”, en vez de proponer visiones que generen ruptura y nos lleven a dar un paso adelante en el desarrollo económico, social y ambiental.
Sin embargo, debemos alentar la esperanza de que el fantasma de la improvisación comience a ceder en los comicios de este año. En el caso de Santander, confiemos en que los esfuerzos realizados por el Departamento Nacional de Planeación y por la propia Secretaría de Planeación, sirvan para que los candidatos ofrezcan propuestas realistas y se dispongan, en caso de ser elegidos, a dejar de lado la famosa “copialina” (los planes toda-talla), para perfilar y ejecutar propuestas de desarrollo técnicamente elaboradas, que permitan canalizar, a favor de sus comunidades, las inversiones que los ciudadanos necesitan.
Y si ese principio es válido para los municipios medianos o pequeños, lo es aún más en el caso de Bucaramanga y demás ciudades de su área metropolitana, dónde, en vez de improvisar, hay que programar acciones que permitan resolver los problemas estructurales que, durante décadas, se han agravado por la miopía de muchos gobernantes; porque estas ciudades por desgracia, no escapan a la tradicional improvisación: también con las debidas excepciones, en ellas ha primado el repentismo, que induce a los alcaldes a realizar obras o programas al impulso de su inspiración personal—porque se les ocurrió, o incluso por razones peores—pero casi nunca con base en estudios previos y adecuados a las necesidades de la ciudad y a las posibilidades de la Administración Municipal. Pero ya no podemos seguir procediendo de esta forma, porque los costos económicos y sociales de la improvisación son gigantescos.
El alcalde y los concejales que resulten elegidos en la capital santandereana en octubre próximo deberán, entonces, ocuparse de resolver los problemas reales, poniendo a la educación y la innovación en el centro de la apuesta del desarrollo, lo cual exigirá el planeamiento que, generalmente, ha faltado en el manejo de esta urbe: menos “a mí se me ocurrió” y más “esto es lo que la ciudad del conocimiento (a eso debe aspirar a convertirse Bucaramanga) plantea”. Así surgirán las soluciones estructurales necesarias para el desarrollo.

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