Trafugario
Uno de los más grandes
psicólogos y especialistas en lenguaje de estos tiempos posmodernos se llama
Steven Pinker. Es un canadiense profesor de Harvard y uno de los cien
intelectuales más influyentes del planeta que viene insistiendo con vehemencia en
que se deben realizar cambios culturales en las sociedades en las que la violencia
y la guerra sean vistas como algo “estúpido e inmaduro”. Porque, dice él, “solo
ello las despojaría de ese halo de nobleza y heroísmo que las guerras tienen y
que las ha convertido en una opción muy atractiva para muchos hombres, pueblos y gobernantes”.
Guerra de honor, dicen. Que imbecilidad. Siempre se ha dicho, la guerra es el
gran fracaso de la inteligencia. “Hay que tener la dignidad de ser lo
suficientemente fuerte para alejarse de la disputa y controlar los impulsos”,
afirma Pinker. Esto desde la teoría es muy bacano, porque más adelante se
refiere a la necesidad de fortalecer las instituciones y el Estado para que la
gente se sienta segura y deje de pretender hacer justicia por su propia cuenta,
que es lo verraco en este país de la virgen santísima, el divino rostro y las
benditas almas. Y de los bandidos. Por ejemplo, vean lo que argumenta respecto
a, por qué algunos países tienen guerras y otros no. “Cuando usted tiene un
Estado débil y en anarquía, la gente muchas veces siente la necesidad de
defender sus intereses atacando a otros antes de ser atacados”.
Y esto no lo está diciendo
cualquier pinche maestro de vereda sino un científico de la psicología
experimental, director del Centro de Neurociencia Cognitiva del Instituto Tecnológico de Massachusetts. En
Colombia existen varios vectores de guerra como injusticia social, corrupción estatal y drogas
ilícitas, entre tantas otras. Solo con estas tres variables tenemos para cien
millones de años de sangre, si a ello le sumamos la “Cultura de la guerra”, que
todos los colombianos llevamos en el ADN por herencia cultural. Entonces
hablemos de Santander. Siempre me he preguntado por qué los santandereanos
somos tan supremamente “arrechos” para odiarnos mutuamente. Por qué no somos
capaces de querer o de admirar al otro. Por qué los instintos primarios afloran
con el éxito o la inteligencia del otro.
En cuanto a la pregunta, qué se debe hacer para lograr una sociedad
menos violenta, Pinker afirma que, “es clave que haya un gobierno efectivo y
que responda a las necesidades de la población. Que la gente le crea”. Y habla
sobre la imperiosa necesidad de fortalecer las expresiones culturales y
artísticas como también de bienestar social y recreación. Pero esto en
Santander es un acto fallido como se puede apreciar, no solo en el manejo que
se da a los rubros dispuestos para estos casos, sino en los personajes podridos
que los manejan.
He considerado desde que leí por primera vez, El malestar en la cultura, un texto de Freud, que esta, la cultura de la racionalidad y de las Bellas Artes, es quizá el factor determinante para la paz y el desarrollo de los pueblos. Pero el álgido factor al que hago alusión, uno puede colegir de manera sencilla que a los gobernantes les importa un suculento carajo puesto que “eso no produce votos”. Y como la gente identifica cultura populachera con cultura artística, entonces en un municipio para cualquier campeonato de tejo se le asignan cien millones de pesos, produce alta votación, mientras que jamás se contrata un conferencista para que le explique al pueblo la diferencia que hay entre una ranchera arrabalera y una sinfonía de Beethoven. O la diferencia académica entre una novela y una puñalada. Claro. Se necesitan bien ignorantes para poderlos “enredar” y así poder gobernar.
He considerado desde que leí por primera vez, El malestar en la cultura, un texto de Freud, que esta, la cultura de la racionalidad y de las Bellas Artes, es quizá el factor determinante para la paz y el desarrollo de los pueblos. Pero el álgido factor al que hago alusión, uno puede colegir de manera sencilla que a los gobernantes les importa un suculento carajo puesto que “eso no produce votos”. Y como la gente identifica cultura populachera con cultura artística, entonces en un municipio para cualquier campeonato de tejo se le asignan cien millones de pesos, produce alta votación, mientras que jamás se contrata un conferencista para que le explique al pueblo la diferencia que hay entre una ranchera arrabalera y una sinfonía de Beethoven. O la diferencia académica entre una novela y una puñalada. Claro. Se necesitan bien ignorantes para poderlos “enredar” y así poder gobernar.
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