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miércoles, 5 de mayo de 2010

Los falsos positivos y la justicia

Colombia, miércoles 5 de mayo de 2010

HORACIO SERPA

No pasa un día sin que el país conozca nuevas revelaciones sobre la alianza siniestra que hicieron sectores corrompidos de la Fuerza Pública con grupos paramilitares para asesinar a jóvenes de los sectores más empobrecidos de Colombia y presentarlos como guerrilleros o paramilitares caídos en combate.

Esos asesinatos extrajudiciales, que todos conocemos como falsos positivos, son una vergüenza nacional y un motivo de preocupación para la comunidad nacional e internacional, especialmente para las naciones en donde el respeto a los derechos humanos es el eje central de su sistema político y sus relaciones internacionales. Por ello, todo cuanto sucede con esa tragedia humanitaria es seguido por la Corte Penal Internacional, que está haciendo expedientes con los nombres de los oficiales, políticos y civiles que se vincularon a los carteles de asesinos conformados para depredar la vida de nuestros jóvenes. Para matar la democracia.

Más de dos mil de ellos fueron eliminados a sangre fría por quienes deberían protegerlos y garantizarles la vida. La mayoría hijos de familias sumidas en la pobreza, a quienes con falsas promesas se llevaron, a cambio de unas cuantas monedas, para ser ejecutados y cobrar recompensas, lograr ascensos y obtener permisos.

Los jefes paramilitares que están respondiendo por sus crímenes en tribunales de justicia y paz siguen revelando sus verdades. Y están confesando macabras alianzas con individuos de la Fuerza Pública para cometer crímenes de lesa humanidad. Tan solo esta semana, esos jefes aceptaron que en el Llano ejecutaron a más de 150 jóvenes que luego fueron presentados como triunfos de la lucha contra la delincuencia.

La Corte Penal está atenta para que la impunidad no gane esta batalla por la verdad. Tienen razón en su preocupación, dada la complejidad de este país, cruzado por un conflicto armado que parece interminable, en donde los jueces son asesinados por los sicarios. Y las bandas armadas no cesan en su empeño de apoderarse de la institucionalidad y arroparse con la impunidad.

Un país en donde el poder judicial ha sido amenazado por el DAS, es decir por el propio Estado, que ha seguido a los jueces, ha montado campañas de desprestigio en su contra y ha permitido que narcotraficantes se asocien con agentes oficiales para montar procesos contra las altas cortes. ¡Una afrenta a la democracia y a la ley!

La opinión pública reconoce el inmenso valor de los jueces. Y los apoya. Los rodea. Por eso, no se dejarán amedrentar por quienes los atacan, deslegitiman, desprestigian y amenazan para impedir que brille la justicia y paguen los actores e inspiradores de los falsos positivos.

Si en Colombia se castiga a los responsables de estos crímenes, no solo a los peones sino a los alfiles, y se llega hasta los niveles más altos de esas cadenas de mando que permitieron tales bochornosos hechos, podremos estar seguros de que la Corte Penal y la comunidad internacional estarán tranquilas. Y los familiares de las víctimas también. 

martes, 18 de noviembre de 2008

60 años de los Derechos Humanos

Tomado de elnuevosiglo.com


Colombia, miércoles 19 de noviembre 2008

POR: HORACIO SERPA

El 10 de diciembre de 1948 se firmó en París la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como un mandato de la humanidad por la justicia y la igualdad. A pesar de la buena voluntad de muchos dirigentes y líderes mundiales, desde entonces, nunca han dejado de existir guerras, genocidios, desigualdad, exclusión, intolerancia, torturas, hambre, pobreza, discriminación. Colombia no es la excepción.

No es mucho lo que hay que conmemorar. Los derechos humanos siguen atrapados en los vericuetos de la guerra. Paramilitares, guerrilleros, narcotraficantes y hasta agentes del Estado, los violan con sevicia en todas partes. Por ello, estamos en la mira de la comunidad internacional. Somos el país número uno en desplazamiento forzado. Casi cuatro millones de compatriotas han sido víctimas de ese flagelo y cargan a cuestas con su drama sin que el Estado, ni la sociedad, se apiaden de su desgracia.

Torturas, desapariciones, masacres, reclutamiento forzado, ejecuciones extrajudiciales, forman parte de ese oscuro panorama, cuyas cifras impactan y avergüenzan. Las poderosas ONG de derechos humanos, los organismos intergubernamentales, los medios de comunicación internacionales miran a Colombia como una nación depredadora y colapsada. Tienen razón. Es enorme el desprecio por la vida, la dignidad y la libertad. Las cifras son elocuentes.
Según Human Rights Watch, en Colombia han ocurrido en los últimos años más violaciones a los derechos humanos que en la dictadura de Pinochet. De ese tamaño es nuestra imagen internacional. Así se habla de Colombia en Washington. Y la respuesta a cada informe de HRW, Amnistía Internacional, WOLA, Naciones Unidas o cualquier agencia intergubernamental, es una catarina de argumentos poco creíbles, porque nada cambia y las condiciones internas siguen empeorando año tras año.

La acción de los grupos paramilitares se ha convertido en la mayor amenaza a nuestra democracia. Sus métodos sanguinarios aterran al mundo. El número de sus víctimas sigue sin cuantificarse, pero se sabe que cientos de miles de colombianos han muerto de la peor forma a manos de esos criminales, que se han apoderado de la conciencia, la vida, los dineros y los

designios de la mitad de los municipios del país y han infiltrado las agencias del alto gobierno, como el DAS y la Fuerza Pública.

El proceso de justicia y paz no ha servido, por desgracia, para eliminar esa amenaza, que se reproduce como un cáncer por todas partes. El país entero sigue esperando verdad, justicia y reparación. Pero los masacradores y ordenadores de crímenes de lesa humanidad siguen sin pagar por sus culpas. En las cárceles de Estados Unidos purgan penas por sus delitos como narcotraficantes. La CPI los espera por los delitos de lesa humanidad.

Los falsos positivos han sido el peor golpe para la credibilidad de la Fuerza Pública. Está bien que los militares sigan preocupándose por respetar los derechos humanos. Bien se hace exigiendo resultados. 60 años no son nada, sobre todo, cuando hay tan poco por celebrar.

Fuente: Mónika María Leal Abril Jefe de Prensa y Comunicaciones Gobernación de Santander. Volver a Inicio >

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