Por: GERARDO DELGADO SILVA
Creo Que no me equivoco, al afirmar que nos encontramos en una etapa histórica, análoga al régimen típicamente fascista de Augusto, que mantuvo intactas todas las Instituciones republicanas, pero vaciándolas de todo contenido y poder. Asumió, la defensa del monopolio territorial de la aristocracia romana basado sobre la explotación de los esclavos, la pauperización creciente de las masas campesinas y la vida miserable de los proletarios.
Desde Ronald Reagan, cuando se entronizó la cínicamente llamada “Democracia Neoliberal”, en el imperialismo norteamericano, se han destruido muchos valores en países en desarrollo como el nuestro, con obsecuente servilismo de sus gobiernos al genocida Bush, trillizo de Hitler y Stalin, “Demonios de la Perversidad”, si nos remitimos a Edgar Allan Poe. Bush, le ha legado a la historia, un cataclismo moral, terrorífico, económico y social, a lo largo de su mandato, que felizmente agonizó.
Como en Roma, ahora, se trata de salvar y asegurar “el capital monopolista”, pilar y dueño de la producción burguesa, “que no promueve el bien común”; empero, exacerba las desigualdades, con la “globalización”, orientada por el Fondo Monetario Internacional y las demás organizaciones internacionales. Todas, iluminadas por la sabiduría sobrenatural del mercado, que reaparece con las políticas “neoliberales” del consenso de Washington, y las teorías de la Escuela de Chicago, o “Fundamentalismo de Mercado”. “Lo que se llama globalización –dijo Henry Kissinger, sin ambages es en verdad otro nombre de la posición dominante de los Estados Unidos”.
Es una forma totalizante de un darwinismo social, ajeno a la solidaridad, que tan trabajosamente ha construido el hombre.
Cualquier persona en el mundo lo sabe: las políticas neoliberales nada han servido a un propósito público. Aquí, solo existen intereses particulares, el lucro individual, el desprecio de los humillados y ofendidos. Está concebido opresiva y mezquinamente, para mantener a las grandes mayorías, en el abandono, la postración y la indignidad universales. Es una estrecha franja de poderosos insensibles, dueños de los países como el nuestro. Es este, el mundo de la “injusticia globalizada”, como dice acertadamente Saramago.
Sorprende, que la evidente catástrofe del poder económico y financiero, sea análoga a la ocurrida en el mundo que lo llevó a la Gran Depresión de los Años 30, y que se prolongó durante muchos y amargos años.
Bajo el Neoliberalismo, la intervención del Estado en la economía, ha sido sustituida por la de la economía en el Estado, para convertirlo en alcahueta de la codicia y de la venalidad. Es lo que Stiglitz, denomina “capitalismo de compinches”. En aquellas calendas, el gobierno estadounidense, identificó como ahora, el bienestar de la nación con el de los hombres de empresa.
Es la misma espléndida fachada de prosperidad, sumida en unos cataclismos que han truncado la abundancia y el optimismo de los Estados Unidos. Casi de la noche a la mañana, la espiral inflacionaria alcanzó su fatídica cifra máxima – la funesta contracción – que está dando lugar a la espiral deflacionaria, igualmente vertiginosa que se extiende por todo el mundo.
La prosperidad se está ahogando a si misma. Y existen suficientes datos para advertir lo dicho por Marx, respecto al movimiento dialéctico de la historia y de las estructuras económicas. Efectivamente, afirmaba que cada época histórica o cada estructura económica lleva en si y alimenta, los elementos de su disolución, provocadores de su inversión: la economía esclavista parió de su seno al feudalismo, que la mató; el feudalismo, a la burguesía, que lo destruyó. Y ahora, es el mismo régimen capitalista, que con su neoliberalismo, engendra su negación. The Economist, expresó que: “los mayores enemigos del capitalismo son los capitalistas que abusan del poder ilimitado”.
De esta marcha hacia el ocaso, James Galbraith expresa: “el experimento Neoliberal es un fracaso” (La Crisis de la Globalización. Ensayo 1999).
Es la inevitable conclusión ante la irracionalidad, del mercado que actúa enloquecidamente, si se le deja, en absoluta libertad, como lo predica el Neoliberalismo, el consenso de Washington y el Fondo Monetario Internacional.
Las bellas palabras de nuestra Constitución Política, que consagran un Estado Social de Derecho, se han quedado sin alma y sin medios para obrar y garantizar que lo que se dice en ella, es lo que se cumple, lo que se impone, lo que no se tolera que sea violado, porque cuando así ocurre, la convivencia es imposible. Está nuestra Carta, desfigurada por la desregulación económica, y la reducción de las obligaciones sociales del Gobierno de Uribe, que acentúa asimetrías, exacerba desigualdades, fomenta marginaciones, concentra escandalosamente la riqueza, con la filosofía del “Estado Chico y Fuerte”, y el contubernio insolente, entre política y negocios incluyendo paramilitares, en nombre de la libre empresa. Es el Estado gendarme que nos correspondió vivir.
De otra parte, “la soberanía” que reside en el pueblo, y la “democracia participativa” quedan dislocadas, pues no tienen efecto alguno sobre el único poder que gobierna al mundo y por lo tanto a Colombia. Es decir, las empresas transnacionales.
Pero no solamente lo rigen con la “injusticia globalizada”, violatoria de los Derechos Humanos, que niegan la dignidad y la democracia, con sus crímenes económicos, sus latrocinios emponzoñados, sino que promueven, como por ejemplo, la multinacional bananera, Chiquita Brans, la financiación y conformación de grupos paramilitares, que han perpetrado innumerables masacres, crímenes de lesa humanidad, en campesinos y sindicalistas inocentes que se quieren olvidar.
Lo cual significa que, la crisis económica y financiera, descorre el velo de unos estados antisociales, y que por tanto, como sentenciaban los romanos: “La corrupción es lo mejor de lo peor”.
Por fortuna para la humanidad, se han dado cita grandes destinos, con la Presidencia de Obama, para vivir de cerca la esperanza de verdad, fraternidad y justicia Volver a Inicio >
Creo Que no me equivoco, al afirmar que nos encontramos en una etapa histórica, análoga al régimen típicamente fascista de Augusto, que mantuvo intactas todas las Instituciones republicanas, pero vaciándolas de todo contenido y poder. Asumió, la defensa del monopolio territorial de la aristocracia romana basado sobre la explotación de los esclavos, la pauperización creciente de las masas campesinas y la vida miserable de los proletarios.
Desde Ronald Reagan, cuando se entronizó la cínicamente llamada “Democracia Neoliberal”, en el imperialismo norteamericano, se han destruido muchos valores en países en desarrollo como el nuestro, con obsecuente servilismo de sus gobiernos al genocida Bush, trillizo de Hitler y Stalin, “Demonios de la Perversidad”, si nos remitimos a Edgar Allan Poe. Bush, le ha legado a la historia, un cataclismo moral, terrorífico, económico y social, a lo largo de su mandato, que felizmente agonizó.
Como en Roma, ahora, se trata de salvar y asegurar “el capital monopolista”, pilar y dueño de la producción burguesa, “que no promueve el bien común”; empero, exacerba las desigualdades, con la “globalización”, orientada por el Fondo Monetario Internacional y las demás organizaciones internacionales. Todas, iluminadas por la sabiduría sobrenatural del mercado, que reaparece con las políticas “neoliberales” del consenso de Washington, y las teorías de la Escuela de Chicago, o “Fundamentalismo de Mercado”. “Lo que se llama globalización –dijo Henry Kissinger, sin ambages es en verdad otro nombre de la posición dominante de los Estados Unidos”.
Es una forma totalizante de un darwinismo social, ajeno a la solidaridad, que tan trabajosamente ha construido el hombre.
Cualquier persona en el mundo lo sabe: las políticas neoliberales nada han servido a un propósito público. Aquí, solo existen intereses particulares, el lucro individual, el desprecio de los humillados y ofendidos. Está concebido opresiva y mezquinamente, para mantener a las grandes mayorías, en el abandono, la postración y la indignidad universales. Es una estrecha franja de poderosos insensibles, dueños de los países como el nuestro. Es este, el mundo de la “injusticia globalizada”, como dice acertadamente Saramago.
Sorprende, que la evidente catástrofe del poder económico y financiero, sea análoga a la ocurrida en el mundo que lo llevó a la Gran Depresión de los Años 30, y que se prolongó durante muchos y amargos años.
Bajo el Neoliberalismo, la intervención del Estado en la economía, ha sido sustituida por la de la economía en el Estado, para convertirlo en alcahueta de la codicia y de la venalidad. Es lo que Stiglitz, denomina “capitalismo de compinches”. En aquellas calendas, el gobierno estadounidense, identificó como ahora, el bienestar de la nación con el de los hombres de empresa.
Es la misma espléndida fachada de prosperidad, sumida en unos cataclismos que han truncado la abundancia y el optimismo de los Estados Unidos. Casi de la noche a la mañana, la espiral inflacionaria alcanzó su fatídica cifra máxima – la funesta contracción – que está dando lugar a la espiral deflacionaria, igualmente vertiginosa que se extiende por todo el mundo.
La prosperidad se está ahogando a si misma. Y existen suficientes datos para advertir lo dicho por Marx, respecto al movimiento dialéctico de la historia y de las estructuras económicas. Efectivamente, afirmaba que cada época histórica o cada estructura económica lleva en si y alimenta, los elementos de su disolución, provocadores de su inversión: la economía esclavista parió de su seno al feudalismo, que la mató; el feudalismo, a la burguesía, que lo destruyó. Y ahora, es el mismo régimen capitalista, que con su neoliberalismo, engendra su negación. The Economist, expresó que: “los mayores enemigos del capitalismo son los capitalistas que abusan del poder ilimitado”.
De esta marcha hacia el ocaso, James Galbraith expresa: “el experimento Neoliberal es un fracaso” (La Crisis de la Globalización. Ensayo 1999).
Es la inevitable conclusión ante la irracionalidad, del mercado que actúa enloquecidamente, si se le deja, en absoluta libertad, como lo predica el Neoliberalismo, el consenso de Washington y el Fondo Monetario Internacional.
Las bellas palabras de nuestra Constitución Política, que consagran un Estado Social de Derecho, se han quedado sin alma y sin medios para obrar y garantizar que lo que se dice en ella, es lo que se cumple, lo que se impone, lo que no se tolera que sea violado, porque cuando así ocurre, la convivencia es imposible. Está nuestra Carta, desfigurada por la desregulación económica, y la reducción de las obligaciones sociales del Gobierno de Uribe, que acentúa asimetrías, exacerba desigualdades, fomenta marginaciones, concentra escandalosamente la riqueza, con la filosofía del “Estado Chico y Fuerte”, y el contubernio insolente, entre política y negocios incluyendo paramilitares, en nombre de la libre empresa. Es el Estado gendarme que nos correspondió vivir.
De otra parte, “la soberanía” que reside en el pueblo, y la “democracia participativa” quedan dislocadas, pues no tienen efecto alguno sobre el único poder que gobierna al mundo y por lo tanto a Colombia. Es decir, las empresas transnacionales.
Pero no solamente lo rigen con la “injusticia globalizada”, violatoria de los Derechos Humanos, que niegan la dignidad y la democracia, con sus crímenes económicos, sus latrocinios emponzoñados, sino que promueven, como por ejemplo, la multinacional bananera, Chiquita Brans, la financiación y conformación de grupos paramilitares, que han perpetrado innumerables masacres, crímenes de lesa humanidad, en campesinos y sindicalistas inocentes que se quieren olvidar.
Lo cual significa que, la crisis económica y financiera, descorre el velo de unos estados antisociales, y que por tanto, como sentenciaban los romanos: “La corrupción es lo mejor de lo peor”.
Por fortuna para la humanidad, se han dado cita grandes destinos, con la Presidencia de Obama, para vivir de cerca la esperanza de verdad, fraternidad y justicia Volver a Inicio >