POR PIEDAD, SEÑOR ¿BARACK OBAMA?
Si usted, amigo lector, le hace un análisis hermenéutico o a más no poder semiológico al contenido del título de esta columna, va a creer que no me gustó para nada la concesión del premio Nóbel de la Paz para el presidente norteamericano, y taca burro ipsofacto, porque no hay concepto más equivocado que ese. No se preocupen que es sólo un juego de palabras evocando el nombre de Piedad Córdoba porque yo sí me acosté pensando y además soñé en episodios oníricos de sumo agrado, así como estaban las apuestas internacionales, que la negrita Piedad, le digo así con todo afecto y con mucho respeto, iba a hacer moñona sin haber siquiera tirado el tejo. No porque el trabajo por la liberación de los secuestrados políticos o de guerra colombianos realizado por ella no tuvieran un enorme estatus, sino porque, estoy seguro, de no haber sido por la ingerencia atenta y justa de Adolfo Pérez Ezquivel, a Piedad ni siquiera se le habría pasado la idea por la cabeza. El todopoderoso le ayude, ojalá, a cumplir esta misión que a ella le sale del alma y de sus nobles sentimientos colombianistas. Así no gane premios Nóbel y así no reviente la mecha. Porque así como “la bandera de Colombia es santa flote en las manos que flotare”, la negra Piedad Córdoba es útil e importante para el pueblo colombiano, así sus detractores y sus enemigos políticos se revienten el tubo de la congargalla gritando que no.
Pero extrañamente y no sé la causa exacta, el premio Nóbel de la Paz, en manos de Barack Obama, les reitero por enésima vez, me hace feliz y no sé por qué. Tal vez porque veo en él desde las profundidades de mi inconciente, la figura política de John F Kennedy y su mirada traviesa, para la burguesía gringa, hacia los pueblos pobres y mal llamados tercermundistas. En mi concepto esos arrestos democráticos le costó la vida al inmolado mandatario y allá están sus huesos y una llama eterna en el mausoleo nacional de Arlington descansando para siempre. Es cierto que nueve meses de gobierno es muy poco para considerar que ha hecho cosas buenas en el mundo y que la humanidad tiene que agradecérselo. Eso es cierto. Pero cumplió su palabra de cerrar las vergonzantes mazmorras de Guantánamo y Abú Graib en Cuba e Irak respectivamente. Consten que eso no le gustó para nada a la ultraderecha norteamericana. ¿La misma que asesinó a Kennedy a través del mafioso Sam Giancana y su acrisolado combo de “intelectuales”, desde lo profundo muy bien orquestados por la CIA? Entre otras cosas, cada vez que escribo de estos temas me pongo a pensar, cómo aprende uno de jodas raras en los billares. Y eso me hace feliz porque una cosa es leer a Herbert Marcuse, el autor de El hombre unidimensional, ¿se acuerdan ustedes, de la Escuela de Frankfurt? Y otra mucho más bacana tomar tinto en el billar de misia Coca Quintana o cerveza en las canchas de tejo del tuerto Puno y hablar “coprus ventiaus” toda la tarde, donde uno se entera de tantas cosas que a veces le cuentan detalles perfectos de lo que no ha ocurrido, y hasta historias de muertos que nadie ha matado o que no se han muerto o que a última hora ellos mismos se niegan a morir.
También tiene una garantía para la humanidad el que el premio Nóbel de la Paz sea exactamente el presidente de la nación más poderosa de la tierra. Pues así le queda muy berraco ordenar otra invasión, fuera de las tantas que han hecho los norteamericanos, y con mayores razones el asesinato de su presidente como ocurrió en Chile en 1973 con Salvador Allende, o en la isla de Granada donde, en 1983, depusieron y le dieron “mortadela cruda” a Maurice Bishop, su presidente oficial, a nombre de la democracia eterna y de la libertad. Así en esas condiciones le queda muy berraco al negrito Barack Obama montar siete bases militares en Colombia por sólo mamarle gallo al social-imperialismo venezolano. Créanmelo que el premio Nóbel de la Paz para Barack Obama, es un control ético y moral y eso fue científicamente craneado por el parlamento en Oslo. Volver a Inicio >