Trafugario
Hasta no hace mucho tiempo el
fútbol y la política eran un verdadero dolor de cabeza para la mayoría de
mujeres, casadas, solteras y en concubinato. Ahora que empieza la copa América
y que no hace mucho pasó el mundial, uno se da
cuenta que las cosas han cambiado un poco respecto a este entuerto
sociológico deportivo, pero de todas maneras el problema aún subsiste. Es
cierto que los éxitos últimos del seleccionado colombiano han contribuido a que
nuestras mujeres se adapten a la situación, y quieran un poco más este deporte
que no sabe nadie, qué tiene para emparrandar a la gente. Con la política pasa
lo mismo. Hay mujeres que se quejan que su marido se metió a la política, con
la misma desesperanza y desilusión que si este se hubiera muerto, o que en su
defecto, el urólogo le hubiese informado que tiene la próstata corronchosa y
más grande que una mogolla de 50 mil pesos. Ahora ese hombre no hace sino
hablarme de chismes y componendas políticas y de triunfos y fracasos y ya no se
le ocurre ni siquiera darme un beso de gula. Y sexualmente, tiene el mismo
apetito que el de un eunuco porque ya ni se le da por acariciarle una pata a la
cama.
Que obsesión por la política y
el fútbol, señor mío Jesucristo, dice totalmente abatida como al final de un entierro. Y ahora no se le dio sino por
invitar a todos los amigos, una manada de vagabundos igual a él que no hacen un
culumpio, a ver los partidos a la casa y eso hacen una gritería que parece el
manicomio más grande del mundo y la humareda y el olor a humo de cigarrillo es
como en un amanecedero. El viernes por la tarde-noche por poco me desbaratan
los muebles de la sala en protesta porque según ellos, aupados por mi marido,
ese partido de Méjico y Bolivía, estaba tan malo que más parecía un juego a las
“escondidas” con curas catanos y hermanitas de la caridad. Y lo verraco es que
hablando en serio, la señora del la cual
estoy hablando, no doy su nombre por razones humanitarias dado que es la
legítima esposa de un amigo mío, abogado él, que fue diputado de Santander,
tiene toda la razón. Un fanático es un desequilibrado mental, obseso compulsivo,
paranoico, que dice ser el enviado de Alá y poseer toda la razón y la verdad
absoluta de todas las cosas. Y el que le diga que no, o le lleve la contraria,
empiece a correr. Aclaro que es un
concepto médico-siquiátrico.
Entonces calculen carísimos
lectores y amigos míos, si la dama que ocupa nuestro relato, no tiene la razón.
¿Ustedes se pueden imaginar, por esta nefanda época, qué es un fanático godo o
cachiporro, rezandero o comunista, judío del monte de Sión o musulmán de la
Meca, o fundamentalista del Estado Islámico, enfermo por el fútbol y la
política y fuera de eso con tres litros de aguardiente y un kilo de basuco en
la cabeza? Yo no estoy diciendo que mi
amigo abogado exdiputado esposo de la señora a la cual hago mención, sea así.
No, señores. Pero sí tiene una similitud brutal. De tal manera que cada vez que
hay una fecha de fútbol, la desdichada señora entra en estado de conmoción, y
no creo yo que sea por simple hipocondría. Según me dice ella, uno de los
episodios más aterradores se da cuando ya es hora de irse a dormir, donde él
exige que sea a las nueve de la noche, y son las seis AM y el tipo no ha parado
de hablar y darle codazos para que le
ponga atención.
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