Trafugario
El 11 de junio
empieza la Copa América, el festival de fútbol más antiguo del mundo, y para
las personas que degustamos tan magnífico deporte, sobre todo viendo jugar al
Barcelona de Neymar-Luis Suárez-Messi, tiene la misma equivalencia de lo que es
amarrar un perro con una suculenta cadeneta de chorizas. Porque para mí el
fútbol es una manifestación del Arte representado en la estética del cuerpo humano
y en la fuerza tanto física como moral para desarrollar el deporte y para
aceptar racionalmente el hecho de triunfar o de perder. El deporte, sobre todo
el fútbol que es el deporte de las grandes masas, debe entre tantas otras
cosas, educar y racionalizar al individuo en su totalidad. O mejor dicho,
debiera ser así porque en la vida real, está lejos de serlo. El maracanaso de
Brasil en el año cincuenta fue una tragedia nacional que provocó muchos suicidios.
En cierta medida se repitió en el pasado mundial cuando Alemania abatió a
Brasil en su casa. En 1968 hubo más de 300 muertos en el estadio nacional de
Lima en un partido contra Ecuador. En el mundial del 70 se presentó un hecho
sin precedentes también en Perú, de un tipo, aindiado él, indudablemente, que
le metía salvaje tarumba a su consorte cada vez que perdía la selección. Y así
sucesivamente hasta el infinito.
Hace unos
lustros atrás el zoólogo inglés Desmond Morris escribió un artículo en la
revista española El Viejo Topo, hoy desaparecida, sobre la antropología del
fútbol, que a todos los lectores “balompieadictos” nos dejó súpitos. Decía el
tipo en mención que un partido de fútbol no es otra casa que una réplica de
cacería ancestral del antiguo mono salvaje, donde la pelota sustituye al jabalí
y del que su muerte produce una satisfacción enorme, no tanto por el aporte que
hace a la alimentación cotidiana del mono desnudo, sino por lo que representa
ese hecho en el consciente y el inconsciente colectivo del Homo Sapiens. Y vaya
artículo para ser cierto. El triunfo futbolístico, el gol en sí, como el de
Messi en la final de la copa del rey contra el Atlético de Bilbao en que dejó a
cinco hombres en el camino tan desconcertados como el hombre que vio volar a una
vaca cebú, es un acto subjetivo tan desconcertante que bien podría calificarse
como un orgasmo sideral. ¿Cuántos no han llorado amargamente y han cometido los
desaciertos más grandes por el triunfo o la derrota en un partido de fútbol? Ahora, si usted no le teme a Satanás, témale
a un “fanático” del América o del DIM, o a un “Hooligan” de cualquier sector
del planeta.
Pero la tragedia más grande del fútbol en todos los
tiempos, es el de las mafias encriptadas en el seno de su máxima autoridad, la
Fifa. Sí dado que eso es como una persona enferma de diabetes tener cáncer en
la úlcera, ya que se constituye de hecho una sumatoria de desgracias. Porque uno
supone, abstrae, intuye, piensa, que la Fifa es un organismo decente,
responsable, respetable, ético, culto, y no. Va uno a ver y no. Está totalmente
equivocado, engañado, descrestado, robado y fuera de eso noqueado. Claro porque
si comete delitos el maestro ¿Cómo será los discípulos? Si es saltimbanquis la
vaca ¿Cómo serán las terneras? Es un
verbigracia “baratoide” pero estrictamente concluyente y válido. Y si el fútbol
está prostituido desde sus más íntimos adentros, ¿Entonces que será del fútbol?
Porque el problema no es que los pasajeros de un avión sean drogadictos. El
problema verraco es que los pilotos sí lo sean porque quién carajos maneja el
avión. Y a eso sí le tengo pánico, hermanito.
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