Por Gerardo Delgado Silva
No
pareciera tener límites el repertorio de atrocidades a que nos han venido
acostumbrando las FARC-EP, en nombre de una muy desdibujada – por no decir
inexistente - lucha por la justicia, la
igualdad y la democracia.
La
guerrilla ha cometido hechos que bastarían para conmover a una Nación por
generaciones.
Cuantos
colombianos no empezamos por horrorizarnos y, de tanto leer y ver morbosamente
emitidas estas historias, acabamos acostumbrándonos, encerrados en nuestro
pequeño cascarón de indiferencia cotidiana, a continuar con la vida, como si
aquí no pasara nada. Ese es, justamente,
el principal síntoma de una sociedad enferma.
Y como no aparecen los síntomas de la enfermedad, cuando por otro lado
están los paramilitares, hoy Bacrim, que están en casi la mitad de los
municipios, en territorios de donde desplazaron a las FARC- EP y al ELN, con la siniestra política de
masacrar campesinos y sindicalistas, acusándolos de ser “auxiliadores” de la
guerrilla. Ni hablar del barrido que han
hecho de la intelectualidad independiente.
Son
desalmados, y la muerte horrenda que han dado a tanta gente, produce
escalofrío. Cuentan con jefes conocidos
y un discurso en el cual mezclan el reconocimiento de crímenes de lesa
humanidad con justificaciones de extrema derecha. Como las FARC-EP se financian con el
narcotráfico.
Algunos
empresarios, ganaderos y hacendados les han pagado dizque por su protección y
hay sectores en zonas que controlan con métodos draconianos y ciertas capas
medias urbanas, que no ocultan una peligrosa administración por estos nuevos
“contras”, en parte como reacción a los excesos de la guerrilla.
En
el exterior se les considera el principal lunar en el prestigio de las Fuerzas
Armadas, y gobiernos y organizaciones de Derechos Humanos señalan con
preocupación una suerte de división táctica de tareas: Los militares haciendo
la parte “limpia”, y los paras la sucia, en una misma guerra en que ambos
serían aliados de hecho contra un enemigo común. Ha existido una coincidencia espiritual con
el nazismo, cuyas afinidades pueden
detectarse con graciosa facilidad.
Como
lo muestran informes de la Fundación Progresar y otras ONG, más que lucha entre
grupos armados lo que hubo estos años fue una campaña de exterminio de parte de
los “paras” contra sectores específicos, buscando el control de toda una
sociedad. A narcos tradicionales se
sumaron nuevos personajes, y todos tejieron alianzas con los paramilitares. Inyectaron en la política sumas millonarias,
ganando control en alcaldías, concejos, y asambleas, capturando dineros
públicos y negocios ilegales, copando la seguridad ciudadana, adquiriendo
tierras, construyendo viviendas que rememoran la ostentación de los Gacha y
Escobar.
Alcaldes,
Parlamentarios y otros funcionarios, no son sino la expresión mínima del grado
de influencia que ha ganado el paramilitarismo.
Y
así, el paramilitar Don Jorge 40, se sabe, creó los “Distritos Electorales”,
para la elección del Presidente
Uribe. Ahí están otros enemigos de la Paz, en la caverna de la extrema derecha.
Se
trata, entonces, de determinar de qué lado se encuentran las “grandes mayorías
políticas”, fuente de todos los males colombianos. Ese proceso vitando nos ha causado inmensos
daños en lo moral, en lo político y en lo económico, al crear ciertas bonanzas
que carcomieron los resortes éticos del país.
Empero,
como los colombianos de bien anhelamos la paz, apoyamos evidentemente con el
alma los diálogos, así como el mundo entero lo ha manifestado
incondicionalmente. Aquí hay que
recordar al mexicano Juárez cuando expresó: “El respeto al derecho ajeno es la
Paz”.
Y
bien. Aquí surge la inquietante
pregunta: ¿Qué grupo armado es el autor de ese repertorio de atrocidades que
conmueve ahora al territorio nacional, y atentan contra el derecho
internacional humanitario? ¿No es el
proceso de paz, el más deseable de los objetivos políticos?
¿Los
diálogos no nos están ayudando a ver esas infinitas posibilidades de una
esplendorosa paz para la patria, y a evitar una catástrofe total? ¿No están
entonando un canto de esperanza a la vida? ¿Son autores de los execrables atroces hechos recientes, integrantes de las
FARC – EP, o los enemigos de la Paz, que
merecen estigma y hacen apología de los privilegiados como cortina de humo en
abierta alineación con los paramilitares?
Los
individuos que a través de los medios señalan sin dubitaciones a las FARC –EP
como autores; y esto no significa excluirlas o defenderlas, son ajenos a las
pruebas penales y a su evaluación, como los militares de escaso rango o de alto
rango. “En efecto, - como nos dice
Gustavo Humberto Rodríguez R. – La prueba penal no puede ser ajena, sino
esencialmente vinculada a los problemas de la etiología del delito y de la
delincuencia…” (La negrilla es mía).
Los
difíciles caminos de la Paz hay que
transitarlos con denuedo y decisión imperturbables. Por ahí es el sendero esplendoroso para la
patria que amamos. (Escrito para: www.bersoahoy.co – sección opinión)
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