La globalización y la presencia invasiva de las redes sociales han
modificado sustancialmente los escenarios de la política, las estrategias de los
sectores en contienda y las técnicas de comunicación con las masas. Las
características del debate político han cambiado y con ellas se han entronizado
nuevos lenguajes y temas que han ganado audiencia en atemorizadas ciudadanías
desbordadas por amenazas que parecen superar sus energías para controlarlas. La
izquierda ha sido especialmente ágil en comprender las exigencias de este nuevo
escenario y, ante la parsimonia de sus contendores, con el ejercicio de un
activismo maniqueo, ha logrado manipular tópicos que hoy inquietan por igual a
la mayoría de los ciudadanos de la Tierra y, crear así, para cada uno de ellos,
el espejismo de que el sistema capitalista-propiedad privada y libre empresa-es
el único responsable de los males que nos aquejan. Con ese procedimiento de
mago circense, no solo intentan relegar al olvido su dogma estatizante y la
naturaleza totalitaria de su credo ideológico, sino que les permite incursionar
en predios vedados en tiempos de la dictadura del proletariado. Pero no lo
hacen sembrando esperanza, sino despertando miedos y sentimientos colectivos de
culpabilidad que, según ellos, solo pueden conjurarse por expiación de los
pueblos.
Y lo han hecho, además, al amparo del mas inusitado
desinterés de los sectores afectos a la institucionalidad democrática, que
parecen no haber reparado en el proceso que se surte ante sus ojos. Semejan más
unos desinteresados espectadores que colectividades responsables de su misión
de comprender los retos y aportar soluciones a los problemas que se suscitan en
toda sociedad. En todos los temas, el activismo de izquierda persigue convencer
que no es político, aunque su oculta finalidad sea el derrumbe del régimen que
se impuso a la dictadura del proletariado. En los tiempos que corren, el mundo
se halla conectado en tiempo real, lo que ha favorecido al socialismo,
organizado internacionalmente aún antes de la revolución bolchevique, mientras
que los partidos de centro y de derecha tienen dificultades para abandonar sus
cascarones nacionales y locales, insuficientes ante las realidades de la
globalización. Todo ello ha permitido la apropiación por la izquierda de temas
que le habían sido incompatibles, y que hoy intenta hacerlos suyos, Derechos Humanos,
Democracia y Ambientales, cuyos caracteres de protección y conservación son
inherentes al régimen democrático de propiedad privada y libre empresa. El
socialismo pretende cultivar el resentimiento o, cuando menos, la indiferencia
por el sistema de libertades para culminar su tarea. Estimula el odio entre sectores
de las sociedades y polariza la política para que nadie quepa entre los
extremos. Por ello, propicia el olvido de la memoria histórica de los pueblos y
se esfuerza por demeritar sus tradiciones para debilitar sus identidades e
incitar a la violencia para tramitar diferencias debidamente alimentadas.
Ese también es el escenario en Colombia. El
gobierno debe entenderlo y la ciudadanía comprenderlo. Se requiere autoridad en
la legalidad, porque de ellas dependen las libertades, la paz y nuestro futuro.