Por: Gerardo Delgado Silva
Santander vive con intensidad la honda dislocación moral que sufre Colombia. La escandalosa utilización del poder político, las triquiñuelas rastreras de los altos bribones, el contubernio entre parapolíticos y funcionarios públicos, en el despilfarro y aprovechamiento delictuoso de los dineros oficiales; sin una reacción social verdadera, a los desmanes cometidos.
Y se presentarán a los próximos comicios, reclamando los votos que ya tienen comprados directa o indirectamente con sumas inmensas con las cuales quieren contrarrestar su mediocridad y desprestigio moral. Son las furias desatadas del averno.
Pero en el silencio de esta desolación, la conciencia colectiva terminará expresándose, preservando el Estado de Derecho, abriéndose paso entre esta maraña hirsuta, y eligiendo como Gobernador de Santander a Horacio Serpa Uribe, quien tiene las virtudes propias del estadista y que sólo el vaivén de las cosas políticas, privó a Colombia de verse presidida por este gran santandereano.
Inquieto intelectualmente desde su adolescencia, animoso de renovaciones, con una mentalidad no conformista que predispone el ánimo a no dar las cosas por sentadas, sino a investigarlas y experimentarlas. Es decir, liberación humana de cuanto yugo dogmático o histórico afrenta a los hombres.
La persecución de su ideal liberal, social-democrático, no tiene confines, y dentro de ella, victorias y derrotas ni lo han envanecido ni deprimido, porque se fundió en la vitalidad permanente de las nociones universales, de la justicia que es la razón de ser del Estado, como decía Platón, y del derecho que es su camino natural.
Por ello, su gobierno será la medida de todas las aspiraciones y divergencias del pueblo. La paz no puede fundarse sino sobre la libertad y la justicia; la prosperidad y la cultura no pueden fundarse sino sobre esos presupuestos.
Recordando a Protágoras, el hombre, y no el Estado, es la medida de todas las cosas. Horacio ha tenido el privilegio de sentir la emoción integral de la patria, crisol común donde se funde y se confunde la fe en Dios, única explicación razonable de la vida y de la muerte; la lengua, la raza y el terruño.
Se preparó para la vida pública, y se disciplinó en ella. Su paso por todas las más altas posiciones públicas queda marcado con huellas indelebles, sin olvidar su amor desinteresado por los humildes, por los humillados y ofendidos. Indubitablemente cumplió con extraordinaria brillantez su labor como Parlamentario, Ministro, Procurador General de la Nación, Embajador y Delegatario a la Asamblea Nacional Constituyente, en la cual defendió la consagración de Colombia como Estado Social de Derecho, de todos los principios fundamentales de la Carta, y sobre todo el de la dignidad humana, que es principio fundante de nuestro ordenamiento.
Y fue diligentísimo en la concepción de la acción de tutela, como un jurista trasladado al campo de la conciencia social, es decir, lo que significa un magistrado.
En puridad de verdad, este gran hombre, ha abierto su corazón y su inteligencia para salvar sirviéndole cálida y denodadamente a Santander.
Santander vive con intensidad la honda dislocación moral que sufre Colombia. La escandalosa utilización del poder político, las triquiñuelas rastreras de los altos bribones, el contubernio entre parapolíticos y funcionarios públicos, en el despilfarro y aprovechamiento delictuoso de los dineros oficiales; sin una reacción social verdadera, a los desmanes cometidos.
Y se presentarán a los próximos comicios, reclamando los votos que ya tienen comprados directa o indirectamente con sumas inmensas con las cuales quieren contrarrestar su mediocridad y desprestigio moral. Son las furias desatadas del averno.
Pero en el silencio de esta desolación, la conciencia colectiva terminará expresándose, preservando el Estado de Derecho, abriéndose paso entre esta maraña hirsuta, y eligiendo como Gobernador de Santander a Horacio Serpa Uribe, quien tiene las virtudes propias del estadista y que sólo el vaivén de las cosas políticas, privó a Colombia de verse presidida por este gran santandereano.
Inquieto intelectualmente desde su adolescencia, animoso de renovaciones, con una mentalidad no conformista que predispone el ánimo a no dar las cosas por sentadas, sino a investigarlas y experimentarlas. Es decir, liberación humana de cuanto yugo dogmático o histórico afrenta a los hombres.
La persecución de su ideal liberal, social-democrático, no tiene confines, y dentro de ella, victorias y derrotas ni lo han envanecido ni deprimido, porque se fundió en la vitalidad permanente de las nociones universales, de la justicia que es la razón de ser del Estado, como decía Platón, y del derecho que es su camino natural.
Por ello, su gobierno será la medida de todas las aspiraciones y divergencias del pueblo. La paz no puede fundarse sino sobre la libertad y la justicia; la prosperidad y la cultura no pueden fundarse sino sobre esos presupuestos.
Recordando a Protágoras, el hombre, y no el Estado, es la medida de todas las cosas. Horacio ha tenido el privilegio de sentir la emoción integral de la patria, crisol común donde se funde y se confunde la fe en Dios, única explicación razonable de la vida y de la muerte; la lengua, la raza y el terruño.
Se preparó para la vida pública, y se disciplinó en ella. Su paso por todas las más altas posiciones públicas queda marcado con huellas indelebles, sin olvidar su amor desinteresado por los humildes, por los humillados y ofendidos. Indubitablemente cumplió con extraordinaria brillantez su labor como Parlamentario, Ministro, Procurador General de la Nación, Embajador y Delegatario a la Asamblea Nacional Constituyente, en la cual defendió la consagración de Colombia como Estado Social de Derecho, de todos los principios fundamentales de la Carta, y sobre todo el de la dignidad humana, que es principio fundante de nuestro ordenamiento.
Y fue diligentísimo en la concepción de la acción de tutela, como un jurista trasladado al campo de la conciencia social, es decir, lo que significa un magistrado.
En puridad de verdad, este gran hombre, ha abierto su corazón y su inteligencia para salvar sirviéndole cálida y denodadamente a Santander.
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