Mario González Vargas
El
mundo estuvo atento al discurso de posesión del presidente Biden en el natural
entendimiento de que se centraría en la principal preocupación que genera una
sociedad fracturada, gravemente polarizada, critica del establecimiento y
seriamente afectada por la pandemia de la covid-19. Su mensaje fue el de la
unidad nacional y fortalecimiento de la democracia y sus instituciones para
desactivar lo que calificó como “una guerra incivil que enfrenta a las urbes contra
la ruralidad, a los demócratas contra los republicanos, al rojo contra el
azul”. Mostró confianza en esa tarea al asegurar: “sé que las fuerzas que nos
dividen son profundas y reales, pero también que no son nuevas”. Es un llamado
esperanzado en búsqueda de los consensos básicos en una democracia que, por
difíciles, no pueden considerarse como imposibles en la sociedad estadunidense,
y que, de lograrse, servirían de ejemplo para las democracias de otras naciones
confrontadas a retos similares y hoy también expectantes ante nuevas amenazas
globales a la libertad de expresión.
No
hubo espacio para los temas gruesos que se irán conociendo con el tiempo y
cuyas primeras pinceladas fueron aportadas por el designado Secretario de
Estado en sus primeras audiciones en el Senado y no distan mucho de las
políticas en curso. En el tema iraní, afirmó que la sola posibilidad de obtener
prontamente el arma nuclear constituiría un peligro mayor al que hoy representa
y que implicará un acuerdo renovado que incluiría, no solamente el programa de
misiles balísticos, sino también sus actividades desestabilizadoras en el Medio
Oriente. Sobre la China, sorprendió con la afirmación de que Trump tuvo razón
en su firmeza, pero que ella debería apoyarse en una diplomacia multilateral
que considera más eficaz. En cuanto a
Israel, manifestó que el gobierno Biden avala a Jerusalén como capital de
Israel y que la solución de dos estados es la adecuada para la supervivencia de
Israel- cuya seguridad calificó de tema sacro-santo-, y para garantizar un
estado palestino, aunque en el corto tiempo ella no sea realista. Sugirió cambios en las políticas atinentes al
tratado de desarme con Rusia, a la intervención de Arabia Saudita en Yemen y a
la presencia militar estadunidense en Afganistán. En el primer caso, intentarán
negociar con Putin; en el segundo desisten del apoyo a Arabia Saudita en favor
de la organización rebelde yemenita de los Houthis que paradójicamente
beneficiaria a Irán; y en el de Afganistán, sin comprometerse del todo, sugirió
mantener tropas para enfrentar cualquier resurgimiento del terrorismo, lo que
implicaría poner fin al reciente acuerdo con los talibanes. El tiempo no
tardará en mostrar cuales fueron aciertos o errores y sus consiguientes consecuencias.
En el
polarizado escenario latinoamericano, que registra además fuerte presencia de
Rusia e Irán en Venezuela, los éxitos o fracasos del gobierno Biden,
repercutirán en los países de la región, por lo que debe inducir a todos en
América a una mayor colaboración y más eficaz cooperación para el mantenimiento
de la democracia y de la paz hemisféricas.
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