Desde tiempos inmemoriales las entidades políticas estatales han desarrollado actividades e instrumentos de inteligencia para conocer las fortalezas y debilidades de las naciones que las circundan, así como sus capacidades militares. Esas tareas se adelantan en marcos regulados por tratados internacionales sobre las actividades de las misiones diplomáticas, o por fuera de ellos, con acciones encubiertas de inteligencia que generan defensas domesticas de contrainteligencia, y ocurren en todas las latitudes porque son consustanciales a la seguridad y supervivencia de las naciones.
La Revista Semana recientemente hizo público un informe sobre supuestas actividades de inteligencia por parte de Cuba y Venezuela, apoyadas por Rusia, que tendrían como objetivo inmediato conocer información clasificada, adoctrinar personas y comunidades, cooptar esferas de poder e interferir en los procesos electorales que se avecinan, mediante sofisticadas labores de espionaje. Tareas que ejecutarían a través de sus misiones diplomáticas con expertos en criptografía, electrónica, cibernética y reclutamiento de fuentes y agentes, como quedó al descubierto con la reciente expulsión de personal diplomático ruso o, también, mediante personal encubierto de nacionalidad cubana, a través de misiones médicas o de cooperación en diferentes actividades educativas o científicas, identificadas en el informe de Semana. En el informe de inteligencia conocido por Semana se dice que entre 2017 y 2020 “ingresaron al país aproximadamente 1.500 cubanos que manifestaron ejercer la profesión de la medicina” sin que se especificara “si su ingreso obedeció a motivos profesionales o de otra índole”; consigna igualmente el arribo de por lo menos 900 profesores al territorio nacional en los últimos dos años, sin existir acuerdos de cooperación vigentes; y de 1500 supuestos entrenadores deportivos, así como de 2700 registrados como ciudadanos de ese país.
Todo esto ocurre en medio de un escenario continental marcado por una severa polarización política e ideológica que auspicia la intervención foránea inmersa en desafíos orbitales o interesada en la prevalencia de sus credos políticos en los países hemisféricos, y que llevó a los Estados Unidos a reintegrar a Cuba a la lista de gobiernos que impulsan el terrorismo. La proximidad de elecciones en América Latina y Europa, en el 2021 y 2022, darán lugar al despliegue de todas las herramientas tecnológicas que se han usado en años pasados para interferir y falsear los resultados electorales en procura de alterar relaciones de poder, intentado imponer gobiernos con afinidades políticas e ideológicas. Este año Ecuador, Perú y Chile serán teatros de la masiva interferencia de las internacionales progresistas que ya desembarcaron en Chile con la activa presencia de Enrique Santiago ejerciendo de gurú, como lo hizo en Colombia. Las exaltaciones al papel de Cuba en el hemisferio por las fuerzas alineadas con los foros de Sao Paulo y Puebla anuncian su intervención, soportada por el saber ruso en la materia, para hacer de América Latina un oasis del socialismo del siglo XXI. Para ello necesitan triunfar en Colombia, vulnerable como ninguna, que es vista como la joya de la Corona.
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