Por:
Gerardo Delgado Silva
Con
otra sonora impostura, el Senador Uribe está satanizando el Proceso de
Paz. Ahora, con un sentimiento profundo
de indignidad y pequeñez, sugiere que el Gobierno del Presidente Santos, le está entregando el país a las FARC. Es comprensible su postura, en la medida en
que la retórica del gobierno de Uribe envileció todo el lenguaje de las grandes
causas, hasta convertirlo en símbolos de la traición y de la impostura.
Y
es que a muchos colombianos infortunadamente les faltó buen juicio hace años,
en el momento de elegir y optaron por Uribe, no obstante que carecía de
partido, y , por lo tanto, sin raíces ni centro de gravedad.
Las
ideas y la disciplina fueron sustituidas por la frivolidad, la arrogancia, la
demagogia y la improvisación. Ofreció el
cambio, pero nos entregó la decrepitud con los parapolíticos.
De
la patria en su gobierno, podría decirse
algo parecido a lo que dijo Alberto Lleras de la Argentina alguna vez: “Es un
continente que tiene detrás de sí un brillante porvenir”.
El
señor Uribe se desbordó en su mandato, sobre sí mismo como Tántalo. Cada vez es más evidente que no ha controlado
su ira y desmesura. Sacó a la luz
marcados rasgos policiales y una desmedida paranoia en cuyo nombre se
cometieron muchas injusticias inescrupulosamente.
La
legitimación de una distribución de tierra en
manos de esa nueva clase formada por la élite del paramilitarismo, que
adquirió tierras – a su manera- a lo largo y ancho del territorio nacional.
Ahora
que el señor Uribe y su grupo, se oponen a la paz; están desnudos el absurdo y
la insignificancia.
Empero,
sigue con sus ínfulas cortesanas, con el
desprecio señorial por el Estado de Derecho, haciendo resurgir su agazapado
fascismo, nutriéndose del odio y de la exclusión, con la pedagogía de la
intolerancia y del resentimiento.
Así
pues, no debe causarnos estupor, su fementida afirmación, porque mantiene
grabada en su mente enferma, la imagen de Hitler, con el triunfo de un solo
modelo, de un solo camino, de una sola
verdad, de una sola estética, de una sola lengua; constituyendo una amenaza tan grande como lo
sería en el reino animal el triunfo de una sola especie, o en el reino vegetal
el triunfo de un solo árbol o de un solo helecho.
Solicito
respetuosamente a mis lectores, que me permitan reiterar lo que expresé en otro
artículo: Durante ese gobierno, - se entiende del señor Uribe- la magnitud de
la influencia de los grupos paramilitares sobre extensas regiones del país, se
convirtió en un fenómeno dramático. Los
paramilitares exhibieron esa influencia, no solo militar, sino política, social
y económicamente. Y con capacidad de incidencia sobre
presupuestos y autoridades
municipales. Con un poder de
intimidación y fuego, que produjo decenas de miles de desplazados y cientos de
masacres y asesinatos selectivos. A
diferencia de la guerrilla, los paramilitares no surgieron contra el sistema,
sino desde el mismo, con la bandera de defender la propiedad y ayudar al Estado
a combatir la subversión. Así mismo,
crearon los “distritos electorales”, como lo expresó Rodrigo Tovar Pupo, alias
Jorge 40, cuando exhibió el propósito de elegir a Uribe Vélez. Ese paramilitar, orquestó el negocio ilegal
del régimen subsidiado de salud (ARS), encargado de atender a la población más
desprotegida de Colombia. Terminaron
esos dineros siendo utilizados para comprar armas, alimentar el narcotráfico, y
encender aún más la guerra.
Empero,
fueron premiados con la Ley de Justicia y Paz, así se prescindiera
torticeramente de amnistías e indultos.
Y quedaron las víctimas condenadas al olvido forzoso. ¿No es esta historia maloliente, una entrega
del país a estos delincuentes?
Han
quedado descubiertas las pesadumbres vituperables del señor Uribe, que permiten
advertir los peligros que nos amenazaban, los abismos insondables que estuvimos
orillando.
Estos
hechos procaces, ¿No constituyeron en puridad de verdad, durante el anterior
gobierno, una frenética entrega del Estado Colombiano a la morralla de los
paramilitares que mancillaron la propia piel transparente de la patria? ¿Porque
tanto silencio sobre lo que nos degradaba? ¿No era el profundo letargo moral de
ese gobierno anterior?
Parecía
como si se hubiera capitulado en la patria, ante todos los deberes. Solo silencio ante lo que nos degradaba, la
enfermedad moral de ese gobierno que desdeñó la justicia.
El
Señor Presidente Santos, está por el contrario, transitando con denuedo y
decisión imperturbables los difíciles caminos de la paz y la justicia.
Iherin
nos predicaba: “Cuando Dios quiere la prosperidad de un pueblo, no se da por caminos
fáciles, sino que le hace ir por los caminos más difíciles y penosos”.