Por Daniel Samper Ospina
Tomado de: Semana.com
Sé que este país de mediocres no valorará a esta potra inmensa, pero al menos en mi memoria le construyo una estatua. Una estatua ecuestre.
Sea el momento de rendirle este modesto homenaje a la potra que cayó encima de la pierna al presidente Uribe y lo dejó maltrecho y en muletas: esa sí es oposición; esa sí es crítica seria. Antes de ella nadie había logrado afectar al Presidente: ni César Gaviria, que es un animal político, ni Gustavo Petro, que es un político animal.
En cambio, señores, en dos minutos esta potra fue capaz de hacer que el presidente Uribe por fin trastabillara. Y en su terreno. Porque, seamos francos: derrotar al Presidente en otras materias no tiene mayor gracia: sus conocimientos económicos son parecidos a los de etiqueta de la 'Negra' Candela; a los de diplomacia de Chávez. La misma yegua, sin ir más lejos, podría haberle ganado en dos relinchos un debate al doctor Uribe sobre derecho constitucional. Pero, avezada y llena de honor, tozuda y firme, fue más allá y se animó a jugar de visitante: en la materia que el Presidente más maneja, que es la agropecuaria.
Por eso, me permito proponer a la yegua como jefe de la oposición. Si el Partido Liberal ya fue dirigido por un lobo de camisas de seda, no veo por qué no pueda serlo también por una potra; y mucho más por ésta, que demostró que se puede hacer oposición sin ponerse turbantes en la cabeza, sin haber sido presidente y sin hacerle impresentables guiños a Hugo Chávez. Aprendan, pues, todos, de esta potranca que, a diferencia de ustedes, es digna y efectiva.
Digámonos la verdad: casi todos los miembros de la oposición son insulsos. Pongamos el caso de Gustavo Petro, un hombre que ayudó a elegir a un procurador de ultra derecha; que dejó de ir al debate contra el ministro de Agricultura porque le dolía un testículo, y que, más grave que todo lo anterior, usa vestidos negros con corbata blanca. Todo lo que hace Gustavo Petro queda a medias. Así será su vasectomía. Acuérdense de mí. Quedó mal hecha. Algo nacerá. Un niño de derechas, por ejemplo. Un uribista chiquito.
Pasemos al caso de Rafael Pardo. El gran reto que tiene Rafael Pardo no es conquistar la Presidencia, sino conseguir que la gente no lo confunda con Rodrigo Pardo. Todavía hay quienes no saben que uno es el calmado estadista, el tímido pero serio conocedor del país, y que el otro, en cambio, es el candidato. Por eso hago un llamado público para que ambos dejen de confundir a la opinión. Sugiero rapar a uno de los dos, tusar a alguno. Debería ser Rafael, que es al que más le conviene perder peso.
Y miremos, ahora al resto de líderes opositores, a los medianos: no hay nadie. ¿Venus Albeiro Silva, que parece un charanguero? ¿Cecilia López? ¿Puede uno confiar en Cecilia López, una señora que se pone sudaderas de toallita cuando sale al parque de El Virrey para pasear a su mascota faldera, que es Juan Manuel Galán? Sale en sudadera, habla a los gritos por celular mientras la siguen cuatro escoltas, y espera impaciente a que Juan Manuel olisqueé unas matas y juegue con una bola. Ella, además, casi siempre tiene al menos un diente untado de pintalabios: ¿puede liderar algo una persona así?
Descartados todos los anteriores, la potranca se erige como figura seria y promisoria, dispuesta, así suene paradójico, a tomar las riendas de la oposición. De entrada cuenta con el entusiasta apoyo de la bancada costeña.
Ahora bien: me pregunto cómo habrá sido el momento en que esa yegua lesionó al Presidente en su finca. Debió ser ya en la sobremesa, cuando el doctor Uribe se disponía a tomarse el café, costumbre que extrañamente suele hacer sobre los caballos.
—¡Mayordomo! -gritó.
Y entró Pachito Santos.
—Ordene, Señor -se ofreció dócil, como siempre.
—¡Saquen a las bestias!
Y sacaron a Pachito.
Entiendo que en El ubérrimo nadie molestaba a la potra, salvo Junior Turbay, que se metía en su establo y se comía a escondidas algo de su pienso: Junior creía, no sin razón, que comer pienso era una labor intelectual.
Aquella vez, sin embargo, el Presidente no quería tomarse una taza grande de tinto, sino un sorbo apenas, y por eso ordenó que le ensillaran a esta pequeña potra.
Se disponía a treparse, pero, a diferencia del colombiano promedio, esta yegua no se la deja montar de Uribe: y en dos minutos lo tumbó y por poco le rompe el gemelo izquierdo, para que fuera aprendiendo. Es el primer gemelo que ataca. Ahora sigue el gemelo del ministro Palacio, un reto aun mayor.
El presidente Uribe está cojo porque le ha caído una potranca en el muslo. Esa es la frase que nos mide; esa es nuestra realidad. No se lesionó una rodilla esquiando en la nieve, como el rey de España; no tuvo una elegante luxación de tobillo mientras bajaba unas escaleras. Qué burdos, qué poco pulidos somos.
Sé que este país de mediocres no valorará a esta potra inmensa, pero al menos en mi memoria le construyo una estatua. Una estatua ecuestre. Lo hago ahora, pocos días antes de que su cadáver aparezca en Cúcuta vestido con un peto camuflado mientras la presentan como el caballo de Cano; ahora, antes de que, siguiendo con el legado del papá de Junior Turbay, un par de tipos de gafas oscuras la aborden en una camioneta para llevársela a las caballerizas de Usaquén mientras la pobre cree que se trata de una buena noticia.
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